43. Renuncio

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Capítulo cuarenta y tres: Renuncio.

Mi corazón latía rápido en mi pecho mientras corría hacia la habitación de Samuel, teniendo un pequeño deja vú sobre lo que pasó el día en que me enteré que tenía leucemia.

Pero hubo una clara diferencia cuando entré en su habitación; antes, él tenía un brillo en sus ojos en cuanto me vio, ahora, él me miró de reojo y continuó llenando su maleta.

—¿Qué crees que haces? —pregunte, frunciendo el ceño y acercándome a su camilla. No respondió. —Samuel, te estoy hablando.

—Creo que es obvio —ironizó, tirando una de sus camisas contra el interior de su maleta. —, me voy.

Mi corazón dio un salto, entonces la señora Dubois no estaba exagerando; sí, la idea de que una madre exagere con su hijo enfermo podría ser estúpida, pero no estaba lista para escuchar esas palabras.

No lo estaba, ni lo estoy.

—No, tú no puedes...

—Claro que puedo —arrojó uno de sus pantalones y me miró, sentí como sus ojos me quemaban. —, y lo haré. Porque yo ya no soporto que piensen que no me esfuerzo, que esto es solamente estar echado en una camilla cuando no es así, cuando yo intento dar lo mejor de mí, cuando yo quiero vivir y soporto todas estás estupideces; pero, al parecer, eso no es suficiente.

Sus ojos se enrojecieron y se volvieron vidriosos, mis hombros se tensaron y me dieron ganas de abrazarlo, pude sentir su impotencia en su mirada.

—¿Quién dijo eso?

—Él —murmuró, chasqueando la lengua. —, ese estúpido que se hace llamar mi padre.

Abrí los ojos más de lo normal, al igual que mi boca, la sentí secarse pero no me importó.

Intenté calmarme, inhalar y exhalar, intenté hacer esas tonterías que te dicen que hagas cuando sientes que tu corazón se adueña de tu cuerpo; pero no me funcionó, así que lo mande todo al diablo.

Sabía que el que estaba enfermo era él, pero esto debía ser una jodida broma.

—¿Lo estás haciendo por él? —el enojo corría por mis venas. —¿Te estás rindiendo por ese hombre?

—Él dijo que...

—¡No! —grite sin pensar, mi respiración se agitó y sentí mi corazón latir cada vez más rápido. —No aceptaré que te rindas por eso. No lo hagas por una persona que no se preocupó por ti durante años.

Solté un sollozo y mordí mi labio inferior para ahogar los demás, quería llorar, si es que no lo estaba haciendo ya.

—¡No es justo, Samuel! —continué, con el corazón en mi garganta. —No es justo para las personas que se preocupan en serio por ti, por las que se esfuerzan, por las que te aman y apoyan. La opinión de ese hombre no te debería importar, ¡Es que no es justo!

Sentí una lágrima bajar por mi mejilla, me la limpié de inmediato. El nudo en mi garganta aumentaba.

—¿Sabes quienes te deberían importar? —me acerqué más a él, rodeando la camilla y quedando frente suyo. —Tu mamá, quién se queda todas las noches a dormir en la sala de espera de abajo sólo para no incomodarte; Tim, porque no hay ningún día que no te venga a ver sólo para preguntarte cómo estás; Mónica, ella se esfuerza por hacerte reír, a pesar de que tiene problemas personales, ella lo intenta —solté una sonrisa amarga. —Si vas a rendirte, hazlo porque tú quieres, porque estás cansado o porque simplemente te levantaste con esa idea, pero que sea por una decisión personal.

—Izzie...

—¿Y qué hay de mí, eh? ¿Me abandonarás? ¿Así? ¿Sin más? —de tan sólo pensarlo, imaginarlo metros bajo tierra, mi corazón se apretujó. —¿Cómo quieres que me sienta cuando te estás rindiendo por alguien que es un idiota? ¿Cómo quieres que reaccione si estás renunciando a todo por alguien que no sabe ni de lo que habla? ¿Pensaste que lo aceptaría con una sonrisa? No, no lo haré ¡Porque no dejaré que un estúpido me arrebate al chico que amo!

Mordí con más fuerza mi labio, suspiré y lo miré, su semblante sorprendido me lo dijo todo. Seguro soy la única persona en el mundo que se da cuenta de estas cosas en situaciones tan particulares.

Demonios, lo dije.

En serio lo dije.

Sentía como si acabara de correr un maratón, mi pecho subía y bajaba cada minuto, en busca de todo el aire del mundo, pasé una mano por mi peluca castaña y entonces lo acepté.

Lo amaba.

Amaba a Samuel Clarke, tal vez lo amaba más de lo que había hecho con nadie, y tal vez eso me ponía en riesgo de ser lastimada, pero ya no importaban esas cosas.

El sentimiento ya estaba allí y no quería deshacerme de él.

No iba a rendirme y no iba aceptar que él lo hiciera por una persona tan déspota, quería verlo todos los días que me sobraban de mi vida, quería gritarle a todos que no necesitaba un lugar, no necesitaba ser reina del baile o estar muriendo, porque yo lo amaba.

Y lo entendí, entendí la diferencia entre querer y necesitar.

Yo podía tener una vida después de Samuel, pero no quería eso. Quería verlo, quería abrazarlo, quería besarlo y no quería que él se fuera; no ahora, no cuando tengo tantas cosas que decirle.

—Te amo, Samuel Clarke. —repetí, y el brillo volvió apoderarse de sus ojos. —Ya no eres el chico al que podría amar, te convertiste en el primer chico que amo así que... por favor, no me rompas el corazón.

Él abrió la boca, pero la cerró segundos después.

Sus ojos me transmitían una felicidad inmensa, ilusión y paz.

Sin decir nada más, retrocedí entre mis pasos y salí de su habitación; no necesitaba que me lo dijera ahora, porque él me lo demostraba, pero esto ya se había convertido en su decisión.

En la decisión si seguir encadenado a su pasado, o avanzar y aferrarse a esta vida. 

La autora de este libro no se encuentra por el momento, está ocultándose

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La autora de este libro no se encuentra por el momento, está ocultándose. 

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