41. Eres un ancla

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Capítulo cuarenta y uno: Eres un ancla.

IZZIE SMITH.

¿Qué hora es?

Siento la boca seca mientras abro los ojos, pero los cierro de inmediato al sentir un rayo de luz caer en ellos. Con el color negro invadiendo mi visión, estiro mi brazo hacia mi lado, toco despacio, intentando encontrar rastro de Samuel, pero no hay nada.

Resoplo y me siento sobre la camilla, sobo mis parpados por unos segundos y cuando abro los ojos unas figuras borrosas aparecen cada vez que parpadeo, odio que pase eso.

Miro a mi lado y compruebo que no hay nadie, tardo unos minutos en recordar que estoy en su habitación del hospital y la idea de que fui secuestrada desaparece de mi mente.

¿Dónde está él?

Está en la quimio, mensa.

Oh, cierto.

Paso una mano por mi cabello, y... un momento, ¿cabello?

Frunzo el ceño confundida, toco mi cabeza y recuerdo la peluca. Me pongo de pie y, con las pantuflas de Samu puestas, camino hasta el baño para mirarme en el espejo.

Vaya, no me queda tan mal el color castaño.

Me acomodo la peluca, la peino con mis manos por unos minutos antes de caminar hasta la puerta, en donde me doy cuenta de que debo cambiarme antes de ir a la sala de quimio.

Ahora entiendo porque mamá dice que siempre que me levanto, no sé ni en donde estoy metida.

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—¡Esa es mi novia, Carlos!

Suelto una pequeña risa al oír las palabras de Samuel, el anciano que está a su lado ríe a carcajadas después de escucharlo, dejando ver la falta de dientes en su dentadura.

Camino hacia ellos y me siento en uno de los sofás para los familiares, que estaría vacío si no fuera por una señora mayor, quién también está riendo.

Tiene unos lentes desgastados, el paso de los años tornan forma en sus arrugas y en sus huesos débiles, está tejiendo, pero no puedo adivinar qué, por ahora sólo parece un pedazo de lana.

—¡Bah! Camucha es más bonita. —dice el hombre, y Samuel abre la boca y toca su pecho, fingiendo ofenderse.

Mi corazón se enternece al ver a la señora a mi lado darle la mano y apretujar entre la suya, se ven muy lindos juntos.

—Tiene mucha razón. —interfiero, guiñándole un ojo a la mujer, la anciana suelta una carcajada. —¿Camucha, verdad?

—No coquetees frente mío. —bromea Samu.

—Carmen, pero mi viejo me dice Camucha. —me contesta. —Y tú debes ser Izzie, tu novio no ha dejado de mencionarte desde que llegamos.

—Mencionar es poco —habla Carlos. —, no había una sola frase en la que no dijera tu nombre.

—Me está avergonzando, Carlos. —dice Samu, sonrojándose.

—Para eso está la vida, muchacho, avergüénzate ahora; para que cuando tengas mi edad, no seas un viejo amargado, sino el tipo de viejo que tiene anécdotas que contar a sus nietos.

—Debes dejar de decir cosas tan profundas, o se lo tomarán en serio. —comenta la señora, volviendo a reír.

Sonrío al ver como la mujer lo ayuda a acomodarse en su asiento. Me gustan las personas mayores, más las que tienen dulces en sus bolsos.

La lista de deseos de Izzie y Samu © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora