Capítulo treinta y uno: Que empiece el juego.
—Arde. —me quejo cerrando los ojos y metiendo mi lengua entre mis dientes para soltar un sonido con las comisuras de mis labios hacía arriba.
—Hubieras pensado eso antes de venir descalza.
—Por primera vez hice algo romántico, ¿Y me regañas?
Samuel levanta la cabeza para mirarme y sonríe, le devuelvo la sonrisa con las mejillas coloradas. Segundos después vuelve su atención a las vendas que le estaba colocando a mis pies heridos.
Empiezo a juguetear con el extremo de la cortina que, en esos momentos estaba abierta, servía para rodear toda la camilla; por si tenían que compartir habitación. Pero la camilla de al lado estaba vacía.
Se suponía que el paciente debía estar sentado en la camilla, pero estaba yo; porque el paciente estaba sentado sobre la silla de al lado con mis pies sobre sus rodillas.
Una pregunta invadió mi cabeza.
—¿Compartirás habitación con alguien? —me atreví a decir después de vacilar un poco, Samuel levantó la cabeza nuevamente con el ceño fruncido. —Es que, acá hay otra cama.
Sonríe.
—Oh, sí, lo compartiré con una morocha que está ufff —enarco una ceja. —, la vi está mañana.
¿Quería jugar? Bien, yo también podía hacerlo.
—Yo también la vi, de hecho, ahora que me lo recuerdas, la invité a salir. Así que me iré temprano hoy.
Su sonrisa desapareció y yo solté una carcajada.
—Ya no es divertido.
—Yo no estaba jugando, cariño. —lo seguí molestando, él bufó y dejó mis pies sobre la camilla para ponerse de pie. —¿Te has molestado?
Tal vez no debí hacer esa broma, a veces solía decir ese tipo de cosas con James y él terminaba yéndose de mi casa sin hablarme por unos días.
Me miró confundido con el ceño fruncido y una sonrisa sin mostrar los labios.
—Claro que no, solo me dio un calambre. —dijo señalando su pierna, recién caí en cuenta que la había estado sacudiendo. —Tu pie pesa mucho.
Agarré la almohada que estaba en mi espalda y le pegué en el brazo, fingiendo estar molesta. Él solo soltó una carcajada y levantó las manos en son de paz.
—Bien —nos quedamos quietos, la señora Dubois entró a la habitación. —, ya hablé con el doctor y mañana te transferirán a tu habitación.
Hace una hora que Samuel regresó de conversar con el doctor, dijo que la señora Dubois se encargaría del resto. Aunque pensé que era una excusa para ayudarme a curarme los pies, que en esos momentos me dolían más que mil demonios.
—¿Mañana? —repitió Samuel con una mueca de cansancio.
Jamás he tenido que quedarme en un hospital tanto tiempo, así que no sé cómo se ha de sentir pero, por su expresión, debe ser agotador.
—No lo repetiré, Samuel. Tú más que nadie sabe que la habitación debe estar esterilizada, con sabanas nuevas y...
—Y así sólo lograrás que el personal te odie, mamá. —completó chasqueando la lengua. —Puedo ir a cualquier habitación.
—Dije que no, es mi última palabra. —su tono se endureció y después sus ojos pasaron a mis pies. —¿Qué te pasó, cielo?
Cielo, era extraño escuchar esa palabra saliendo de su boca.
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La lista de deseos de Izzie y Samu © ✓
Ficção AdolescentePRIMERA Y SEGUNDA PARTE. «Izzie y Samu no querían ser perfectos, querían ser extraordinarios.» Izzie tiene un secreto, que podría arruinar la vida a la que está acostumbrada por completo: tiene VIH. Después de años intentando ocultarlo, el chico n...