18. Mentir sólo es cubrir algo doloroso

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Capítulo dieciocho: Mentir sólo es cubrir algo doloroso.

Tardé dos horas, más o menos, en llegar a casa. Era incomodo caminar con las medias mojadas y cada vez que había una ráfaga de aire, mi cuerpo se inclinaba hacia atrás y sentía que en cualquier momento caería.

No hablé en toco el camino, ni siquiera en mis pensamientos. Simplemente miraba a mi alrededor y corría de vez en cuando para entrar en calor (haciéndome retos tontos como: si no llego a ese poste ahora, no comeré papas fritas por un mes; sólo para no cansarme).

Pero, cuando me metí al jardín para subir por el árbol por el cual había bajado hace unas horas, me quedé estática al ver a la persona sentada allí.

—¿Qué haces aquí?

No sé porque pregunté eso. Era obvio que había venido por la ¿cita? —no sabría cómo llamarlo. —que tendríamos esta noche. Creo que lo que en realidad quise preguntar fue: ¿Por qué aun sigues aquí?

Samuel levantó la cabeza, me inspeccionó por completo y, apenas terminó, se puso de pie, se sacó su chaqueta y me la colocó por los hombros.

Una ola de calor y perfume me invadió, inmediatamente sentí mis mejillas calentarse y, sin querer, estornudé.

—Mierda —murmuró Samuel, sobando sus manos contra mis hombros para proporcionarme calor. —, debemos entrar.

Estuvo a punto de caminar hasta el umbral de mi casa, pero lo detuve sujetándolo de la manga de su chaqueta y me miró confundido.

—No saben que salí. —dije apenada, señalando el árbol. —Es la única manera.

Sorbí por la nariz y Samuel no se lo pensó dos veces antes de ayudarme a subir, aunque yo sabía perfectamente cómo hacerlo sola, me sujetó por la cintura para subir a una de las ramas e hizo lo posible para no caerse cuando lo intentó él.

La ventana estaba abierta, tal cual la había dejado, estiré mi pierna todo lo que pude y pisé el borde de mi ventana. Después agarré las bisagras y me impulsé para poder introducirme de un salto en mi habitación. Ayudé a Samuel a hacer lo mismo y, cuando ambos estuvimos dentro, nos sentamos sobre la cama.

No dijimos nada hasta que otro estornudo salió de mi nariz, entonces Samuel se volvió a preocupar y se puso de pie para rebuscar ropa en mi armario.

Contemple como lo hacía, en silencio, porque no tenía ganas de refutarle. Me sentía vacía.

Tal vez estaba tan triste que ni siquiera podía llorar, o tan asustada que tampoco podía reaccionar a lo que acababa de pasar.

Ni siquiera me importaba si mamá o Leo entraban en cualquier momento.

Después de unos minutos, Samuel tiro sobre la cama mi camiseta, una sudadera ancha, que me llegaba hasta las rodillas y tenía un estampado de los Rolling Stones, también un buzo ancho y unas medias de algodón.

—Este... —tartamudeo por un instante, haciendo señas. —, ¿Volteo o voy al baño para que te cambies tranquila?

No quería cambiarme. Bueno, sí quería, pero no tenía ganas. Sentía que la chispa de mi interior se había ido.

Así que solo alcé los brazos con la mirada fija en él, dudo por un instante, pero al final agarró el borde de mi polera.

Contemplé, curiosa, como se esforzaba para mantener la vista sobre el colchón de mi cama, todo el tiempo. Probablemente, un chico cualquiera me hubiera visto sin pudor alguno, pero Samuel se esforzaba para no hacerlo.

Sé que no es porque no le guste, vi como me miraba mientras bailaba en el festival, pero aun así se esforzaba por no mirar algo inadecuado.

Cualquiera se habría aprovechado de mi estado actual, él no lo hizo.

La lista de deseos de Izzie y Samu © ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora