Capítulo cuarenta y ocho: Te deseo.
Debo admitir que no podía parar de temblar mientras contemplaba como Samuel abría la puerta de su casa, antes de agarrar mi mano y jalarme hacia el interior.
—Puedes dejar tu maleta allí. —dijo, apuntando al sofá.
Recorrí por unos minutos el lugar con los ojos, era todo blanco e increíblemente grande. Mi casa era del tamaño de toda la sala.
Caminé hasta donde me dijo y, cuando volteé la esquina, trague saliva al ver a la señora Dubios parada en medio de la sala, caminando hacia la salida. Se detuvo al verme y me examinó de arriba abajo.
—Isabell, buenas tardes.
—Buenas tardes, señora Dubois. —mis nervios eran tantos que olvidé por completo la indicación que me había dado sobre llamarla por su nombre.
Con su perfecta postura, empezó a rebuscar en su bolso con delicadeza, después le tendió a su hijo unos sobres que reconocí de inmediato.
Mi corazón empezó a latir rápidamente y sentí mi sangre subir hasta mis mejillas.
—Prefiero comprar condones a comprar pañales. —murmuró, agitando los sobres.
Volteé a ver a Samuel, expectante, pero él sólo se dio la vuelta y empezó a caminar hacia su habitación, no sin antes decirme: te veo arriba.
Mordí mi labio inferior, nerviosa, mientras sentía la fuerte mirada de su madre en mi nuca. Cuando regresé a mi postura anterior para mirarla, ella subió una ceja.
Subí mi brazo y agarré los sobres con el corazón latiendo en mi garganta, rápidamente me di la vuelta y empecé a subir las escaleras por las que había subido Samuel hace unos instantes.
—¡Su habitación es la cuarta puerta del segundo piso! —oí un grito desde abajo, para después escuchar el sonido de una puerta cerrándose.
—Okey... —susurré, sabiendo que no me escuchaba pero mi mente no podía pensar bien con esos sobres en mis manos, así que los guarde en el bolsillo de mi chaqueta.
Sentí mis manos sudar a tal punto que tuve que secármelas en mis pantalones, empecé a caminar hacia donde me había dicho la señora Dubois y me detuve frente a una puerta que traía un sticker de una pelota de fútbol pegada.
Desde donde estaba podía oír el ruido de gotas cayendo fuertemente; una ducha, específicamente.
Vacilé unos segundos hasta que finalmente abrí la puerta y el olor de Samuel me invadió, examiné su habitación desde la puerta durante unos minutos, habían posters de Pedro Suárez-Vértiz en las paredes y otros cantantes que no reconocía, también había un viejo toca discos en su escritorio, junto con unos papeles esparcidos en desorden, las paredes eran de color blanco pero los bordes eran negros; cerré la puerta tras mío y caminé hasta donde habían unos cuadros con fotos en ellos.
Sonreí al reconocer a un pequeño Samuel con una gran sonrisa al lado de un Mickey Mouse gigante, parecía estar en Disney World.
También habían fotos suyas jugando fútbol y con personas que no reconocía, al parecer tenía un equipo ya formado en New York. Divise a Mónica y a Tim en una de ellas, parecía una foto tomada de improviso, porque los tres estaban sacando la lengua mientras Samuel le ponía dos cachos con los dedos a Mónica.
Entonces me di cuenta de una colocada en el centro. ¿Esa era yo?
Sí, lo era. Era la foto que me había tomado cuando decidimos usar ropa de los 80s, traía una sonrisa y mi cabello caía en cascada bajo mis hombros, tal y como él me había peinado.
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La lista de deseos de Izzie y Samu © ✓
Подростковая литератураPRIMERA Y SEGUNDA PARTE. «Izzie y Samu no querían ser perfectos, querían ser extraordinarios.» Izzie tiene un secreto, que podría arruinar la vida a la que está acostumbrada por completo: tiene VIH. Después de años intentando ocultarlo, el chico n...