Capítulo treinta y cuatro

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LEVI

Si en el pasado me dijesen que me sentiría totalmente pleno solo con miles de caricias y besos, seguramente nunca me lo hubiese creído. Y no es que yo sea un hombre que le da gran importancia al sexo, pero sí es cierto que siempre he creído que para llegar a un punto de total plenitud este sí era necesario. Creía que era el cúlmen; ahora sé que en ocasiones puede dejar de serlo, sobre todo cuando tienes contigo a alguien que te conoce incluso más que tú a ti mismo.

Noah sabe cuándo y dónde. Y eso es todo lo que yo necesito.

No sé cuánto era lo máximo a lo que ella quería llegar, pero yo no quería cruzar el límite y mantener relaciones y eso le he hecho saber desde el momento en que vi que las cosas se nos estaban yendo de las manos. Y Noah en ningún momento me ha presionado; de hecho ha sido muy comprensiva conmigo e incluso cuando yo estaba cegado por todo lo que estaba sintiendo, ella fue quien me paró los pies. Ella no quería que yo me arrepentiese más tarde de lo que estábamos a punto de hacer.

—Buenos días.

Dejo de prestarle atención al móvil, bloqueándolo, y poso mi mirada en la chica que acaba de entrar en la cocina, la misma que se pasea por ella en camiseta ancha y bragas. No sé en qué momento —mientras yo dormía con ella pegada a mí— se ha levantado para cambiarse de ropa. Hasta donde yo sé, se acostó con un pijama de invierno; supongo que lo hizo porque no esperaba terminar durmiendo conmigo abrazado a ella hasta casi las once y media de la mañana.

Ahora llevo mi mirada hasta el reloj de pared que hay en la cocina. Son casi las dos menos cuarto de la tarde.

—No hace falta que lo digas —la escucho decir de repente—. Ya sé que debería decir buenas tardes.

Asiento con la cabeza y me levanto de la silla sin decir nada. Me acerco hasta el microondas y de él saco el desayuno que yo mismo he preparado para ella hace un par de horas, poco después de haberme levantado.

Sabría que se levantaría tarde, pero no me imaginaba que tanto.

—Te he hecho el desayuno —digo para después poner todo encima de la encimera de la cocina—. Ahora es algo tarde para tomarlo, pero no pasa nada, quizás me lo tome yo en la merienda.

Escucho las pequeñas pisadas de Noah por las baldosas de la cocina y no me hace falta girarme para saber que va descalza. Pronto siento su mano en mi espalda baja y es ella quien apoya su cabeza en mi costado derecho para ver el desayuno que le he hecho; sonrío al comprobar que sigue igual de cariñosa que hace unas horas y apoyo mi mano en su cintura mientras espero a que diga algo, pero nada sale de su boca. Así que soy yo quien habla:

—Un par de tostadas con aguacate y queso fresco para la señorita —digo con un forzado acento británico que no tengo.

—Un croissant también hubiera estado de lujo.

—Definitivamente a partir de ahora seré yo quien prepare el desayuno.

La escucho reír y eso definitivamente me pone contento. Y si ya creía que no podía estarlo más, Noah lleva una mano hasta las tostadas y se lleva un trozo de una de ellas a la boca. Observo con calma como ella prueba el trocito: frunce el ceño, eleva las cejas y abre los ojos más de la cuenta.

—¡Hala! —exclama—. ¡Está rica, Levs!

—Sabía que te gustaría.

—Pero no tanto como una buena berlina o un croissant.

Arrugo la nariz y niego varias veces con la cabeza. Ambos tenemos hábitos alimenticios totalmente contrarios y va a ser cuanto menos difícil pasarnos uno al lado del otro. Supongo que algunas veces me tocará ceder a mí y otras le tocará hacerlo a ella.

Los recuerdos de Levi CookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora