Capítulo dos

421 55 0
                                    

N O A H

Levanto la cabeza y observo fascinada tras mis gafas de sol la cuidad del Big Ben, abriendo los ojos de par en par al ver el bonito lugar en el que me encuentro. Londres es un sitio perfecto para llevar a cabo mis estudios y cumplir algunos de mis sueños, aprovechando también la ocasión para alejarme del estado de Nevada —con capital en Carson City— y de las malas vibras que hicieron de mi estadía en Estados Unidos un infierno estos últimos años. Abandonar mi país nativo me da vértigo, es cierto, pero necesito un cambio de aires y sé que fue una buena decisión abandonar Nevada con la excusa de irme a la universidad a estudiar periodismo.

Mi padre, un hombre verdaderamente humilde y sabio, es el principal responsable de que yo haya decidido lanzarme a esta nueva aventura. Aunque me esforzaba duramente para que no se diese cuenta, a él nunca pude ocultarle mi estado anímico; mi padre sabía que yo llevaba un tiempo en Estados Unidos sin ser yo misma. Y realmente ni él ni yo sabemos a día de hoy el verdadero motivo de ello.

Mi madre también terminó apoyándome, pero quizás le costó más que a mi padre. No porque me quiera más que él o porque simplemente no quiera dejarme vivir en libertad, sino porque como la mayoría de madres, tiene miedo de dejarme sola, sobre todo en un país totalmente distinto a tantos kilómetros de distancia. Y supongo que el hecho de haber tenido que pasar por un duelo parecido cuando mi hermano se marchó a España no ayudó mucho.

Él, que es cinco años mayor que yo, conoció a la que ahora es su prometida en Londres y poco después de hacerlo decidió marcharse con ella al país natal de esta. Y a pesar de que existe muy buena relación entre nosotros con su pareja y de que ambos parecen estar muy contentos, a mi madre le cuesta un poco asimilarlo.

Y, a causa de ese miedo atroz, mi madre se encargó de buscar una solución para que no me quedase sola y desamparada en Londres. Ella, que al parecer tiene amigos hasta en el infierno, le pidió a una amiga que tenía en la universidad si podía quedarme en su casa al menos hasta que encontrase un lugar fijo en el que quedarme.

Y la respuesta ha sido afirmativa:

—Eres igual a tu madre cuando tenía tu edad —comenta Helen, la mujer que me presta su casa como hospedaje estos días—. Supongo que ya te lo habrán dicho varias veces.

Asiento con la cabeza y le sonrío a la amable señora que está sentada en el asiento del copiloto, esperando a que su hijo vuelva de comprar tabaco. Gira la cabeza para volver a mirarme, consiguiendo que su cabello pelirrojo y rizado se mueva con ella libremente; está lleno de vida. Creo que me he enamorado de él, es increíblemente bonito y a Helen le queda genial, combinado con sus bonitos ojos verdes y su tez blanquecina.

—Sí.

—Éramos muy buenas amigas —dice y suspira mientras mira el techo del coche. Parece como si estuviese recordando alguno de los momentos que pasó con ella—. Todavía hablamos, pero sí es cierto que no tenemos el mismo contacto que antes, supongo que la distancia y los años lo han hecho más difícil. De todas formas yo jamás me negaría a hacerle un favor y mucho menos si estás tú de por medio —admite regalándome una sonrisa. Frunzo el ceño y ella se da cuenta de que necesito una explicación más detallada de eso último que acaba de decir—. Te conocí cuando eras pequeña, pero seguro que no te acuerdas de mí y mucho menos de Ben.

Niego con la cabeza, no me suenan de nada ni ella ni su hijo Ben. De hecho mi madre nunca me había hablado de su familia hasta hace dos días, pero prefiero guardarme esa información para mí. No quiero sonar grosera.

Llevo mi mirada hacia Ben cuando este entra en el coche y pone descuidadamente la cajetilla de tabaco en la guantera. Enciende el coche de nuevo, saca los cuatro intermitentes y antes de arrancar el vehículo, me mira a través del espejo retrovisor para regalarme una sonrisa.

—Así que empiezas este año la carrera de periodismo —dice asintiendo varias veces con la cabeza. Pone el intermitente izquierdo y sigue hablando mientras empieza a conducir—. Intuyo que te habrá costado lo suyo entrar, las notas de corte están altísimas este año.

—Sí, la verdad es que sí.

Miro de nuevo a Ben por el retrovisor. Al contrario que yo, él no se parece nada a su madre; mientras que ella es pelirroja, con ojos verdes y cabello rizado, Ben es un moreno de ojos negros como la noche. No es extremadamente guapo, pero a mi parecer tiene algo que le hace especial.

—He estado hablando con uno de mis amigos y él está encantado de compartir piso contigo —dice de repente el único hombre del coche sin quitar los ojos de la carretera—. Bueno, a ver... tampoco está encantado; simplemente no le importará hacerlo si compartís gastos.

—¿Quién? —pregunta Helen con curiosidad, mirando a su hijo.

—Levi.

La pelirroja asiente con la cabeza y sonríe cuando su hijo pronuncia el nombre de ese chico. Supongo que, sea quien quiera que sea ese Levi, a esta mujer le gusta la idea, lo que me tranquiliza un poco.

Gira su cabeza y me mira.

—Te va a encantar, Levi es un buen chico —susurra para después guiñarme un ojo.

Asiento con la cabeza y le devuelvo la sonrisa.

—Podría llevarte hoy mismo a conocerle, pero me pidió unos días más de margen —dice el conductor, quien de vez en cuando me mira por el retrovisor interior—. Es un poco dramático, supongo que querrá despedirse de su pisito de soltero con tranquilidad —comenta con una risita burlona—. Pero es un buenazo, no te preocupes, no vas a tener el menor problema con él; de hecho es el típico tío que le gusta a todas las madres. A mi lado tienes una clara prueba de ello.

Helen suelta una risita.

—Levi es un chiquillo increíble —reconoce la pelirroja mientras suspira. Posa su mirada en su hijo mayor y niega varias veces con la cabeza para después seguir hablando—: A ver si aprendes algo de él, Ben.

Sonrío; Helen es una mujer increíble.

Los recuerdos de Levi CookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora