Capítulo cuarenta y cinco

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NOAH

En la cena todos mostraron interés —incluso Oliver— por conocer al chico inglés del que yo, a pesar de todo, sigo completamente enamorada. Preguntas sobre sus padres y sus hermanos, algunas de las raras costumbres que tienen los ingleses a nuestros ojos o incluso sobre su trabajo como profesor de secundaria o sus entrenamientos de baloncesto sacudieron a mi compañero de piso, quien respondió a todo con total transparencia.

Tanta fue su transparencia, que incluso le confesó a mis padres sin ningún tipo de vergüenza que él siente una presión —que él mismo, y solo él, se crea— porque su hermano pequeño ya es padre y él todavía no. Me gusta que sea sincero y se abra con mi familia, pero quizás debe medirse un poquito más; espero que ellos no crean que Levi está intentando convencerme de tener un bebé porque realmente nunca me lo ha mencionado y, aunque lo haga, es evidente cuál será mi respuesta: no, de momento no.

Paula no dejó de fascinarse con cada palabra que soltó Levi por la boca. Y, evidentemente, no es porque él diga cosas demasiado interesantes, sino que es porque le encanta el delicado acento inglés que él tiene. Yo ya me he acostumbrado, pero tengo que reconocer que en su momento también solía quedarme embobada escuchándolo: era —y en realidad sigue siendo— sanador.

En todo momento en el que estuvimos sentados a la mesa, cenando, su mano derecha pocas veces abandonó mi pierna bajo el mantel; solo quizás alguna que otra vez para cortar la carne, porque sería un tanto raro —y casi imposible— hacerlo con una sola mano. La acariciaba, me la apretaba, la toqueteaba con sus largos dedos… era como si de repente no pudiese alejar sus manos de mí.

—¡Noah! —grita Paula mientras entra en el comedor. Justo detrás de ella está mi hermano, quien viene suspirando pesadamente, como si su novia estuviese terminando con la poca paciencia que le queda—. ¿A que no sabes qué me acaba de confesar Oliver? —pregunta y sin darme tiempo a responder, sigue hablando—: A él también le ha caído bien tu chico.

Enarco una ceja en dirección de mi hermano.
Realmente sabía que le iba a terminar cayendo bien, pero pensaba que Levi tendría que esforzarse un poco más. Por lo visto Oliver ha decidido dejárselo fácil.

—¿Qué? —pregunta él mientras se encoge de hombros—. ¿Pasa algo?

Niego con la cabeza varias veces y poso mi mirada en mi madre; ella, a su vez, tiene su mirada fija en el ventanal de la terraza. Desde dentro se puede ver como mi padre y Levi comparten un momento íntimo y mientras fuman un cigarro cada uno a pesar de que, en teoría, Levi no fuma. Hasta donde yo tengo entendido, lo hace muy de vez en cuando y, por lo visto, hoy es una de esas veces en las que le apetece.

—A mí también —confiesa mamá de repente.

Automáticamente recuerdo la afirmación de Ben cuando me habló por primera vez del que sería mi futuro compañero de piso: “Es el típico tío que le gusta a todas las madres”, decía él después de que Helen, su madre, se hubiese molestado en tranquilizar mis miedos y mis dudas al hablar maravillas de Levi.

—Y a papá —opino yo mientras veo desde la mesa como él le da unas palmaditas en la espalda a mi chico—. Miradlos.

Oliver ríe.

—Solo hasta que se entere de que no tiene idea de quiénes son los chicos de Las Vegas Raiders —me avisa mientras niega ligeramente con la cabeza—. O peor aún… que sepa que Levi ni siquiera es capaz de reconocer un touchdown.

Todas reímos al escuchar a mi hermano.

Sé que mi padre no descansará hasta llevar a Levi con él a un partido de fútbol americano antes de que él vuelva a Reino Unido. Y, como sé que eso sucederá, también sé que no tardará mucho en descubrir que Levi le ha mentido solo para caerle bien; así que si mi compañero de piso quiere evitar las malas miradas de mi padre, tendrá que estudiar a contrarreloj todo aquello que tenga que ver con el fútbol americano.

Los recuerdos de Levi CookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora