Capítulo veinte

198 32 1
                                    

NOAH

Después de haber terminado los resúmenes que ayer Levi y yo no fuimos capaces de terminar y justo después de haber estudiado un poquito, voy hasta el pequeño supermercado que hay dos calles más abajo de nuestro apartamento para comprar un paquete de tortillas de maíz mexicanas y un pimiento rojo para hacer unas fajitas. Él nunca me ha dicho que debo hacer su comida y, de hecho, creo que prefiere que no la haga porque no soy buena cocinera, pero es lo menos que puedo hacer después de que él se haya ido toda la mañana a trabajar y sin casi dormir por mi culpa.

Cuando termino de hacer el relleno de las fajitas, las lleno y les pongo un palillo de madera a cada una en el centro para que no se me desmonten; y sí, debería intentar aprender a enrollarlas bien, pero hoy no será ese día. Pongo tres en un plato blanco para él y dos para mí en otro y sobre las cuatro menos veinte, que es cuando aproximadamente llega a casa, pongo ambos platos en la mesa.

Me siento a la mesa y espero a que que Levi aparezca por la puerta: media hora, una hora, dos horas, dos horas y media, tres... pero él no aparece en ningún momento por la puerta por la que ha salido esta mañana dos veces. Me extraña que él, sabiendo que estoy esperándolo para comer, no me llame para decirme que llegará tarde; aunque quizás se ha vuelto a olvidar de que tiene novia, o lo que sea que seamos.

Lo llamo varias veces a su teléfono móvil, pero este está apagado o fuera de cobertura, según me indica su contestador. También le escribo varios mensajes, pero estos nunca llegan, por lo que empiezo a preocuparme. Miro de nuevo el reloj, cuatro horas desde que tendría que haber llegado a casa. Suspiro pesadamente y saco de nuevo el teléfono móvil del bolsillo para buscar en Google el número del instituto en el que trabaja. Llamo y después de tres intentos, un señor muy agradable me dice cuando pregunto por Levi que se ha ido a casa a su hora, es decir, que tendría que haber llegado cuando yo lo estaba esperando.

Cuelgo la llamada y apoyo la frente contra la mesa de madera del comedor. Suspiro y aún con la sien izquierda apoyada en la mesa, vuelvo a llamar a mi compañero de piso porque realmente no sé qué más hacer: no está en casa, tampoco en trabajo, no me coge las llamadas, su teléfono está apagado... es como si se hubiese extinguido.

—Levi, joder... —digo en un susurro.

Cansada de esperar en el comedor, empiezo a pasearme de un lado al otro, recorriendo varias veces todo el salón con mis cortas piernas. De vez en cuando veo por el gran ventanal de él, esperando a que así el tiempo pase más rápido, pero no lo consigo: de hecho creo que incluso lo empeoro.

El tiempo empieza a correr de nuevo cuando escucho el timbre. Automáticamente mi cuerpo camina hasta la puerta, esperando que a Levi se le hayan olvidado las llaves o incluso que le hayan robado, lo que daría una explicación a esa forma de desaparecer durante tantas horas de la tierra.

Cuando abro la puerta y veo a la rubia Vega se me cae el alma a los pies. Ella invade mi apartamento rápidamente y yo cierro la puerta para después posar mi vista en ella, no entendiendo su estado: está agitada, tanto, que parece que en vez de haber subido tres pisos, hubiese subido treinta.

—Por tu tranquilidad veo que no te has enterado —dice cuando por fin se le regula la respiración un poco. Suspira y se lleva la mano a la frente mientras me mira—. No sé cómo decirte esto sin que te asustes... —añade.

Automáticamente me asusto aún no sabiendo por dónde va a salir, pero imaginándome lo peor. Joder, como alguien puede no asustarse cuando le dicen que no saben cómo hacer para que no se asuste; es imposible no hacerlo.

Vega sabe algo que yo no sé y casi puedo afirmar que ese algo es el paradero de Levi. Solo espero que, esté dónde esté, esté bien. No sabría cómo seguir lidiando con la vida si de repente la persona que más quiero en Londres se ha marchado para siempre y sin ni siquiera dejarme tiempo para despedirme.

Temo a vivir una vida sin Levi.

—Mira, Levi ha tenido un pequeñito accidente y está en observación en el hospital —dice de repente, provocando que yo abra los ojos más de la cuenta. Apoya una mano en mi hombro, supongo que para intentar darme ánimos y sigue hablando—: Está perfectamente, no tienes porqué preocuparte, Noah. Sus padres ya han hablado con él y, si los médicos dejan que reciba visitas, es que todo está bien; está un poco dolorido por el golpe, pero solo eso.

Las palabras de Vega retumban en mis oídos miles de veces. Siento como el corazón se me acelera o simplemente se me para, no estoy muy segura. Me llevo ambas manos a la boca, no pudiendo creer lo que acabo de escuchar, y niego varias veces con la cabeza, queriendo que todo sea una de las tontas bromas de nuestra alocada amiga. Esto no puede estar pasándole a Levi; él es un ser bueno y noble. Él no se lo merece.

—¿Está bien? —pregunto con la voz casi tan temblorosa como mis manos—. ¿De verdad que lo está?

—Sí.

—Llévame a verlo.

Los recuerdos de Levi CookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora