Capítulo cuatro

357 52 0
                                    

NOAH

La música retumba en mi cabeza y la base de reggaeton se me mete en el cerebro de tal manera, que hasta consigue agobiarme un poco. Miro mi objetivo más cerca; solo quiero acercarme a la barra, pero el montón de gente sudorosa que baila como si no hubiese un mañana me dificulta llegar hasta ella.

Unas personas me empujan por un lado, otras chocan sus hombros con los míos e incluso otras pegan sus cuerpos con el mío, intentando que me una a sus bailoteos sin tan siquiera conocerme; me niego con una sonrisa, la misma con la cual pido disculpas mientras intento abrirme paso entre la multitud, ganándome alguna que otra mala mirada.

Cuando por fin llego a la barra, me siento en uno de los altos taburetes negros que hay en ella y dejo que mi vista caiga de nuevo hacia donde está el grupo de amigos y amigas que Ben me ha presentado hace casi seis horas, cuando él todavía controlaba sus actos.

El chico que se suponía que tenía que llevarme a su casa sana y salva ha bebido tanto, que ya no tiene la capacidad de dejar su mirada fija en un punto. Por lo visto ambos dormiremos dentro del coche, porque ni de broma dejaré que conduzca en este estado; no tanto por lo que pueda pasarle a él —que claro que me importa—, pero sí por lo que pueda pasarme a mí.

—¿Vas a decirme lo que quieres esta noche o mejor lo dejas para mañana?

Pestañeo un par de veces y salgo de mi trance, parándome a ver al apuesto camarero que está enfrente de mí, llamando mi atención con sus palabras algo groseras a mi parecer. Sus bonitos ojos azules me miran con cierta curiosidad mientras sus poco cuidadas y castañas cejas se arquean para después dejar paso a una sonrisa burlona que consigue desconcertarme. Este tío parece disfrutar diciendo groserías a cualquier persona desconocida que osa con solicitar el servicio que ofrece.

—Emm, sí sí —digo mordiéndome el labio inferior mientras me obligo a quitar mi mirada de él y a ponerla en la estantería de botellas alcohólicas que tiene a sus espaldas.

Cientos de botellas adornan la estantería y creo enloquecer; realmente no sé ni lo que quiero. Tequila, ron, whisky, vodka, pisco, cerveza... diferentes tipos de alcoholes parecen saturar las pocas neuronas que parecen estar despiertas a estas horas de la mañana.

—¿Sabes qué? —digo de repente, provocando que él me mire con cierta curiosidad—. Sorpréndeme.

Su expresión facial cambia al escucharme, pero la sonrisa burlona sigue sin querer abandonar su rostro. Mira hacia un lado y hacia el otro, supongo que para ver si tiene tiempo de sorprenderme como le he pedido o si, por lo contrario, están muy apretados. Yo imito su acción, realmente hay tan poca gente pidiendo una consumición, que de los cuatro camareros que están dentro de la barra, solo dos de ellos están atendiendo a alguien; y uno de ellos es el chico de ojos azules que ahora se dirige al estante, cogiendo tres botellas de alcohol en sus manos, para servirme.

Cuando las pone en la barra frente a mí, junto con dos vasos, frunzo el ceño. Solo he pedido un chupito, no sé qué está haciendo.

Sin parecer darse cuenta de mi expresión de confusión, deja que un buen chorro de whisky carga dentro de una coctelera plateada llena de hielo y después echa dos tipos de licores que nunca antes había visto. Disfruto viendo como, después de ponerle la tapa a la coctelera de acero inoxidable, empieza a agitarla con ritmo, provocando que sus bíceps y tríceps se tensen bajo la camiseta negra que forma parte de su uniforme.

Bendito uniforme.

No me molesto en apartar la mirada de él, este hombre es condenadamente hipnotizante. A él no parece molestarle, sino que hasta creo que le divierte a juzgar por la sonrisa que adorna su cara, la cual admito que parece algo cansada. Además, unas oscuras ojeras —o al menos no tan claras como su pálida piel— descansan bajo sus ojos claros y sus largas pestañas rizadas.

Los recuerdos de Levi CookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora