Capítulo uno

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L E V I

Doy un pequeño sorbo a mi café, cortado con leche, y dejo que mi mirada azulada caiga hacia el gran ventanal de mi aburrido salón. Tras el grueso cristal con marcas de huellas de dedos de a saber cuándo y de quién, veo a lo lejos la bonita y emblemática noria que adorna la ciudad del Big Ben, rodando y rodando sin parar, acompañada por unas luces led que van cambiando sus colores poco a poco, paulatinamente, haciendo de ella un icono digno de admirar.

Suspiro y pego la frente contra el cristal, provocando que el frío de este choque contra mi piel. Cierro los párpados unos segundos, intentando descansar de mí mismo: yo también ruedo y ruedo sin parar; tanto, que a veces ni siquiera sé dónde estoy. Quizás el dedicar parte de mi tiempo en trabajar de algo que no me llena, no saber cuál es mi verdadero propósito en la vida y sentirme totalmente solo ayudan a intensificar más, si es que cabe, esta tremenda confusión.

Abro de nuevo los ojos y me despego del cristal para acercarme esta vez hasta la mesa de madera del comedor, sentándome en una de las sillas que la acompañan. Doy un último sorbo al café, terminándolo; quedan algunos granos de azúcar en el fondo que remuevo inconscientemente con la cucharilla de acero inoxidable. Cojo mis finas y redondas gafas de metal negro y me las coloco de nuevo, sintiendo como la vista se me emborrona por un segundo, adaptándose a los cristales.

Miro la pantalla del ordenador tras los cristales de poca graduación y cliqueo en la casilla de "enviar", siendo consciente de que ninguna de las empresas en las que he mandado el currículum me van a llamar. Llevo años y años enviando currículums a distintas empresas. Al principio tenía un filtro para mandarlos; ahora simplemente los envío a cualquier empresa que pille, muchas veces sin nisiquiera saber a qué se dedican. Y, de momento, jamás me han llamado de ninguna ni para cubrir una baja. Supongo que no tener experiencia en nada, salvo en la hostelería nocturna, es un punto en mi contra a la hora de que reparen en mí. Yo tampoco lo haría, siendo sincero.

Quizás sí debería haber aceptado volver a casa de mis padres cuando me lo ofrecieron no hace mucho, así al menos no viviría tan ahogado como lo estoy haciendo ahora. Pero simplemente no puedo volver a casa después de haberme ido hace seis años, con diecinueve, a ganarme el pan sin su ayuda y por voluntad propia. No es que con ellos viviese mal en su momento, porque realmente ellos tienen el dinero que yo necesito para vivir bien y mucho más que eso, pero esa no es la vida que a mí me pertenece. Ellos tienen ese dinero, yo no; tendré que trabajar duro para tener, al menos, una cuarta parte de lo que ellos tienen.

Necesito sentirme útil: quiero trabajar y no depender de otros para sobrevivir en este mundo a veces, algo cabrón.

—Está bien, Levi...

Llevo esta vez mi mirada hasta el moreno de pelo rizo que me mira serio, con los brazos cruzados, desde la otra punta de la mesa que le da por algo más abajo de la ingle. Suspira y, mientras, se mueve hasta quedar enfrente de mí, con la mesa en medio de ambos; se sienta en una silla para luego apartar el ordenador de mi vista, provocando que yo me quede con pocas opciones para poder escabullirme de sus súplicas.

—¿Qué tengo que darte para que aceptes?

Automáticamente una sonrisa se posiciona en las comisuras de mis labios. Y sí, parece mentira que tenga veinticuatro años y encuentre algo de divertido en su pregunta; a veces creo que simplemente, a pesar de ser un adulto autosuficiente desde los diecinueve, todavía no he madurado lo suficiente.

—¿Estás seguro de que quieres ir por ahí?

Ben niega varias veces con la cabeza e impacta la palma de su mano contra mi brazo, provocando que del choque entre nuestros cuerpos salga un sonido seco. Paso mi mano por la zona, acariciándomela, mientras frunzo el ceño; realmente Ben es demasiado bruto.

—¡Solo es un favor!

—Un favor le hizo mi madre a mi padre y mira qué ha salido de ahí —digo señalándome y, por lo tanto, bromeando para quitarle algo de hierro al asunto—... nada bueno.

Sé que Ben necesita que yo acepte su propuesta a juzgar por la insistencia que le pone, lo que no sé es el porqué de necesitar tal cosa. De todas formas y por mucho que quiera ayudarle, no puedo hacerlo con esa petición; no, me niego.

—Ni tú ni yo conocemos a esa chica, Ben. Quizás sea una delincuente, o yo qué sé, cualquier cosa que haga de mi tranquilo apartamento un lugar en el que ni yo quiero estar.

Él alza una ceja al escuchar mi razonamiento. Por otra parte, yo imito su acción y dejo que mis pupilas azuladas le miren con curiosidad; Ben hace un mohín que consigue hacerme negar varias veces con la cabeza. Me muerdo el labio inferior.

—Sabes que si no creyese que tú eres la mejor opción, nunca te hubiese pedido esto.

Es cierto que por lo general soy alguien bastante generoso y realmente negarme así, rotundamente, a cualquier cosa que me pidan se me hace incluso raro. Puedo hacer cualquier cosa que Ben me pida, pero dejar que la hija de la amiga de su madre, una universitaria de veinte años, venga a vivir conmigo es algo demasiado descabellado. Un favor, como el lo llama, gigante.

A estas alturas de mi vida yo necesito una estabilidad que esa chica no va a poder darme.

—No intentes quedar bien ahora, Ben. Realmente no está funcionando.

Veo como pone los ojos en blanco.

Después llevo mi mirada hasta mi único compañero de piso hasta el momento: un bonito y enorme gato de pelaje negro y ojos verdes. Él duerme plácidamente en su cama, ajeno a la posibilidad de que ya no seamos dos en el piso. Quizás y con suerte, con lo arisco que es, asuste a la chiquilla y ella decida buscarse otro sitio en donde quedarse. Sería increíble.

—Sé que andas un poco ahogado con la pasta estos últimos meses —dice de repente.

Mentiría si dijese que no me pilla totalmente de sorpresa; realmente no es algo que yo vaya contando a diestro y siniestro, así que no sé cómo se ha enterado.

Veo como se levanta de la silla y empieza a dar pasos cortos y tranquilos por el salón, provocando que mi mirada también lo haga, siguiéndole casi de forma exagerada.

—Piensa en que los gastos que estás pagando tú solo por vivir aquí van a ser compartidos. Y eso es genial para ti, Levi.

Me llevo las manos a la cabeza y tiro de mi pelo, tratando de pensar con claridad. Su punto es correcto, quiero decir, si la chica en cuestión aporta la mitad de los gastos que hay en este apartamento, quizás incluso pueda evitar pedirle a mis padres un poco de dinero para llegar a fin de mes, que es cuando aun por encima tengo que pagar el seguro del coche.

Crecer es una trampa.

Suspiro y esta vez soy yo quien pone los ojos en blanco. Creo que intentando razonar con Ben no voy a llegar a ningún lugar. Me vuelvo a sacar las gafas y las dejo de cualquier manera sobre la mesa de madera, a un lado del portátil, aún algo alejado de mí.

—No irás a sacar un beneficio si acepto que esa chica venga a vivir conmigo, ¿verdad?

—Pues el de estar seguro de que no va a irse a vivir con cualquier persona que ni ella ni nosotros conocemos —explica, torciendo los labios mientras alza sus cejas, como si la respuesta a mi pregunta fuese obvia—. No hay mayor beneficio que la paz mental.

Ruedo los ojos y bufo.

Este tío es bueno, muy bueno.

Los recuerdos de Levi CookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora