Capítulo treinta y cinco

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L E V I

Los siguientes tres días son, cuanto menos, interesantes. Noah parece haberse organizado mejor y, entre los exámenes y las clases de la universidad, saca algo de tiempo para pasar conmigo y hacer algo que ya hemos hecho en el pasado con el único objetivo de que mi cabeza asocie los lugares y las actividades que hacemos con los recuerdos que he perdido en el accidente.

Hoy hemos asistido a un entrenamiento de baloncesto de los niños y niñas que yo solía entrenar.

—¡Tom! —grita con furia el nuevo entrenador de los niños y niñas, mi sustituto. Hace sonar el silbato dos veces y creo que puedo ver como su saliva sale disparada, chocando con el suelo del pabellón rápidamente—. ¿¡Nadie te ha enseñado que tienes que pasarle el balón a tus compañeros!? —pregunta mientras da una fuerte palmada con sus manos—. ¡Eso es del primer día de baloncesto, Tom!

Creo que ahora es cuando empiezo a entender por qué nunca ganan ningún partido conmigo como entrenador. Por muy bueno que yo sea jugando al baloncesto —cosa que no solo creo yo—, no soy ni la mitad de duro con ellos y ellas como lo es este señor que escupe mala leche por todos los poros de su piel—. Hacen conmigo lo que quieren.

Noah agarra una de mis manos para llamar mi atención, así que dejo de prestarle atención al entrenamiento para prestarsela a ella. La miro con curiosidad cuando veo como una sonrisa maliciosa se instaura en sus finos y rosados labios y me inclino hacia ella para escucharla.

—Un consejo —dice entre susurros—. Recuerda comprar un silbato nuevo si no quieres pillar a saber qué cosas cuando vuelvas —bromea para después apretar más mi mano, cosa que no me molesta en absoluto—. Quizás hasta pilles un poco de la furia de este hombre..

Niego con la cabeza varias veces y me río lo más discretamente posible, lo cual no parece ser suficiente, porque mi sustituto me echa una mala mirada para después volver a poner sus ojos en los chiquitines y chiquitinas. Trago saliva y vuelvo a mirar a mi compañera de piso, abriendo los ojos más de la cuenta mientras hago un gesto feo con los labios, dándole a entender que la mirada fija de ese hombre fue suficiente para intimidarme.

—George está muy perdido —digo mientras veo a mi rubio amiguito a lo lejos—. Mírale, no sabe ni a dónde ir —susurro mientras le señalo con la mano. Esta vez sí me aseguro de que mi gesto es completamente discreto para que mi sustituto no me coja manía—. Si por mi fuera le habría sacado del campo hace mucho: se nota que no está cómodo. No sé si está asustado por los gritos de su nuevo entrenador, si le pasa algo que no tiene que ver con el baloncesto o si no entiende por qué no soy yo quien da las órdenes. Pero sea lo que sea, está perdidísimo.

A pesar de que el accidente me ha quitado muchos recuerdos, doy gracias porque no me haya quitado todo lo que sé de ese niño, a quien le tengo un cariño especial. Sé que no está bien hacer comparaciones entre unos y otros y que debería sentir lo mismo por todos ellos y ellas, pero no es así. Supongo que conocer a George desde que llevaba pañales le da varios puntos de ventaja con respecto a los y las demás. De hecho, la señora Hülkenberg después de dejar que su hijo probase todos los deportes que estaban en sus posibilidades para que él mismo eligiese cuál prefería hacer, decidió meterlo en mi equipo a pesar de que no es un secreto para nadie que hay muchos equipos mejores, con mucho más dinero y más prestigio que este.

Ahora poso mi mirada en una niña morena de ojos oscuros que, aprovechando que se ha acercado hasta la pequeña fuente eléctrica para beber, también se acerca hasta nosotros para dirigirse a mi compañera de piso:

—¿Hoy no juegas un ratito con nosotros, Noah?

Elevo las cejas en dirección de mi compañera de piso y suelto una risita; ni en mil vidas me podría haber imaginado que Noah también juega al baloncesto. Digamos que en todo el tiempo que he compartido con ella el único deporte que ha hecho es ir de la cama al sofá y del sofá al retrete, donde extrañamente puede pasarse horas solo si su teléfono móvil la acompaña.

Los recuerdos de Levi CookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora