Capítulo cinco

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NOAH

Después de esperar impaciente los veinte minutos que Levi y yo al final acordamos, él mismo es quien se encarga de acercarse a donde estamos todas y todos juntos para después saludar a los que intuyo, por lo que escucho, que también son sus amigos y amigas.

Cuando coloca despreocupadamente una de sus manos en mi hombro, acercándome a él para decirme de alguna forma que es hora de irnos, dos de los amigos de Levi y Ben empiezan a insinuar que, de alguna forma, entre el inglés de ojos oceánicos y yo pasará algo esta noche.

Siendo sincera creo que no me disgustaría que tuviesen razón.

—Cortad el rollo de una vez y dejaos de estupideces —pide Levi.

Aparta a uno de ellos de nosotros, empujándolo ligeramente con bastante más fuerza de la que usó con Vega antes, en la barra. Después, inclina su boca a mi oreja y siento como su aliento caliente choca en ella, poniéndome la piel de gallina.

—¿No crees que deberíamos asegurarnos de que Ben no conduzca?

Asiento con la cabeza y le hago un gesto con la mano a Vega para que se acerque a mí, a lo que ella accede sin rechistar. Choca su cadera con la mía y agarra mi mano al escuchar como el DJ pone una canción que, por lo visto, a Vega le gusta mucho a juzgar por cómo intenta arrastrarme con ella a la pista mientras salta desquiciada.

Realmente esta chica es incansable.

—¡Vega! —chillo, intentando que me haga caso—. ¡Para!

Ella frunce el ceño al escucharme, pero hace caso a mi mandato.

—No dejes conducir a Ben.

Escucho como mi nuevo compañero de piso suelta una carcajada al escuchar mi petición, por lo que enarco una ceja y poso mi vista en él, esperando a que me explique el porqué de tanta risa.

—Oh, vamos, Noah —dice mientras niega varias veces con la cabeza.

Pasa uno de sus brazos por delante de mi cuello y me empuja hacia él, provocando que mi espalda choque contra su duro cuerpo.

—Sabes perfectamente que no me refería a eso —me acusa mientras vuelve a reír. Siento como su cuerpo vibra detrás de mí—. Tenemos que llevarlo a casa.

Ambos miramos a Ben, el cual aunque parece estar un poco mejor, sigue realmente perjudicado por el alcohol que corre por sus venas. A decir verdad, no ha bebido demasiado, pero sí es cierto que mezcló un montón de alcoholes y eso provocó tal espectáculo. Creo que si yo hubiese mezclado tan solo la mitad de alcoholes que ha mezclado él, seguramente no viviría para contarlo.

Miro a Ben, quien tiene una ceja alzada mientras nos mira con curiosidad. Espero que esté contento, está a punto de arruinar nuestros planes.

Hago un mohín y asiento con la cabeza.

—Oh, vale, está bien.

Levi se muerde el labio y se acerca a Ben, que está sentado en uno de los taburetes esparcidos por las esquinas de la pista. Le dice algo en el oído y el que se supone que debería haber tenido un poco más de control con el alcohol asiente con la cabeza para después levantarse con la ayuda de mi compañero de piso, que suelta una carcajada de algo que ha dicho Ben y que, obviamente, no he escuchado.

Ambos vienen riéndose con malicia y cuando están de nuevo con el grupo, Levi inclina la cabeza hacia las escaleras por las que he bajado hace casi siete horas y media, para insinuar que ahora sí es hora de irnos. No intento negarme, realmente no hay cosa que más desee que marcharme de aquí cuanto antes; realmente salir de fiesta no es mi punto fuerte.

Y menos si después me espera un tío cómo Levi.

—¡Ya le pediré tu teléfono a Ben, tenemos que vernos antes de empezar la universidad! —chilla Vega en mi oído cuando me da un abrazo en forma de despedida. Frota mi espalda y me apretuja más contra su cuerpo—. Ya me contarás cómo terminas la noche.

Suelto una carcajada y niego con la cabeza mientras le resto importancia con la mano derecha. Realmente prefiero guardarme esa información para mí.

Me despido de los demás con un saludo general y ando detrás de Levi y Ben, que caminan lentamente para que el segundo no tropiece con las empinadas escaleras iluminadas con luces de neón. Él suelta murmullos a tan baja voz, que creo que ni su acompañante puede entenderlo, por lo que simplemente se limita a reír con educación y a darle palmaditas en la espalda. Yo, por otro lado, no puedo evitar posar mi curiosa mirada en la ancha espalda de mi nuevo compañero de piso, imaginádome situaciones que no quiero ni nombrar.

Afortunadamente el camarero tiene el coche aparcado cerca de la entrada, por lo que el camino con Ben diciendo cosas sin sentido hasta él es corto. Una vez Levi mete a su amigo en la parte trasera de su coche de la familia de los cuatro aros y con los asientos de cuero sintético, yo rodeo el coche negro y pongo la mano en la manilla de la puerta trasera, lo que provoca que Levi por fin repare en mi presencia.

—¿A dónde vas?

Frunzo el ceño y al segundo enarco una ceja.

—Pues no sé, quizás... ¿A casa?

Una sonrisa burlona se vuelve a instaurar en su rostro jovial.

—Sube delante, anda —pide mientras me señala la puerta del copiloto con la mano. Se muerde el labio y sigue hablando a la vez que abre su puerta, es decir, la del conductor—: Ben se va a quedar dormido tan rápido como encienda el coche, siempre lo hace.

Me encojo de hombros y hago lo que me pide, haciendo resbalar mi trasero por el cuero sintético negro en el que me siento. Me tomo la libertad de, cuando tengo el cinturón ya abrochado, llevar la mano derecha hacia la pequeña palanca de plástico que eleva el asiento un poco. Realmente este coche está adaptado a un hombre de su tamaño, un metro ochenta y pico, y no al mío, que llego al metro y cincuenta a duras penas.

Dejo que encienda el coche tranquilamente y él aprovecha el silencio para poner la radio; obviamente en un domingo a las siete y media de la mañana no se escuchan grandes canciones, por lo que, sin ningún permiso, decido bajar la música al casi mínimo en la ruedita para después pronunciar un:

—¿Cuáles son las normas?

Su expresión relajada pasa a una confundida y posa su mirada en mí por un milisegundo para después volver a ponerla en la carretera iluminada por las farolas anaranjadas de luz pública.

Gracias a la luz tenue de la luna llena y la que nos regalan las farolas, puedo fijarme con más detalle en el rostro de mi compañero de piso. Una fina capa de barba castaña —casi rubia— de no más de tres días cubre su mentón, mejillas y zona de bigote, lo que incluso consigue darle un aspecto más atractivo.

O quizás solo me lo parece a mí porque me atraen los chicos con barbas no muy pobladas.

—¿De qué hablas?

—¿Cuáles son las normas de tu apartamento?

Él se queda callado, supongo que pensando qué estúpidas normas ponerme. Seguramente se esté esforzando en encontrar las más tontas solo para hacerme rabiar un poco.

—Supongo que ninguna —dice para mi grata sorpresa.

Se acaricia el mentón y suspira mientras para en un semáforo. Me da una rápida mirada y vuelve a poner su mirada en la carretera.

—¿Qué? —pregunta—. Ambos somos libres de hacer lo que queramos, siempre que no perjudiquemos al otro.

—¿Solo eso?

Mi nuevo compañero de piso suelta una risa al escuchar mi pregunta y asiente con la cabeza varias veces. Vuelve a permitirle a sus ojos darme una rápida ojeada y los pone de nuevo fijos en la carretera casi desierta.

—¿Qué más quieres, Noah? —pregunta con cierta extrañeza en su voz—. A ver, ya sabes: intenta fumar en el balcón si es que fumas; intenta no incendiar el piso... y no sé, no se me ocurre nada más. Ya sabes, esas cosas que caen de cajón.

Aprieto los labios y asiento con la cabeza.

Esto no puede ser tan fácil.

Los recuerdos de Levi CookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora