Capítulo cuarenta

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LEVI

—¿Cómo que "Feliz Navidad, Noah"? —pregunta Martí mientras se lleva una de sus manos a la cara. Se frota las sienes ligeramente con los dedos pulgar e índice y niega varias veces con la cabeza—. ¿Esto es en serio, tío? —dice en tono de pregunta—. ¡Tú eres idiota! —exclama con bravura—. Parece mentira que llevemos veinticinco años creyendo que eres el listo de los tres.

Suspiro al escuchar a Martí, arrepintiéndome al momento de haberle abierto la puerta después de haber visto por la pantalla del telefonillo de quienes se trataba mi visita. En realidad sé que Martí tiene razón, siempre la tiene, pero no me apetece dársela; no después de haber adquirido ese papel de hermano mayor insoportable que no le queda bien. Él no es así.

—De hecho lo soy.

—A ti te ha tocado el título de profesor en una tómbola, Levi.

Dejo que mi mirada azulada caiga en el diablo que Martí ha traído con él: mi hermano pequeño. Suspiro con pesadez al escuchar su pequeña broma y, cuando menos se lo espera, le doy una buena colleja en la nuca, provocando que él me pegue de vuelta. Decido no responder a su ataque; hoy no estoy para chiquilladas de las suyas.

—¿Habéis venido a darme apoyo emocional o solo a hundirme más?

—A darte apoyo emocional —contesta Martí con seguridad—. Eso antes de saber qué te pasaba y por qué te ha pasado exactamente —explica—. Ahora que sabemos que eres un idiota, solo venimos a hundirte más. Nada que tú no harías por alguno de nosotros dos, así que no nos lo agradezcas.

Elevo ambas cejas en dirección de mis hermanos, vuelvo a suspirar y camino con tranquilidad hasta la cocina. Después de abrir la nevera, sacar tres cervezas y quitarles la tapa, vuelvo al salón y le ofrezco una a cada uno para después sentarme en el sofá, justo al lado del mayor de los hermanos Cook.

Les miro y no puedo evitar pensar en que, dejando de lado lo físico, los tres somos increíblemente distintos: mi hermano mayor se llevó la guapura, yo la inteligencia y el pequeño el sentido del humor; de eso último no hay ninguna duda. Y si hay algo en lo que nos parecemos, sin duda es en que —pase lo que pase— siempre estamos para el resto de manera altruista. Y hoy les ha tocado a mis hermanos demostrármelo.

Ellos han decidido venir a verme después de que yo —cuando me recompuse un mínimo de la despedida de Noah— llamase a casa para avisar de que además de no ir a cenar esa noche, tampoco iría a comer mañana. Mi idea era que atendiese al teléfono mi padre, quien siempre es el que contesta —supongo que, siendo jubilado, pocas cosas le quedan por hacer más que contestar el teléfono—, pero contestó mi hermano pequeño, Aiden. Él, además de extremadamente bromista, también es muy observador: supo perfectamente que algo no iba del todo bien conmigo, así que tanto él como Martí decidieron venir a visitarme solos, sin sus hijos.

Porque sí, Aiden es papá desde hace semana y media. Y yo tengo la suerte de decir que soy el padrino de su hijo, lo que me llena de ilusión. Quiero decir, yo soy una persona poco religiosa, pero es bonito saber que Kylie y él me han elegido a mí entre millones de personas para llevar a cabo el papel de padrino de su primer hijo.

—¿Tú qué opinas, tío? —pregunta Martí al pequeño de los tres—. ¿Soy el único que cree que Levi es idiota?

—Yo no quiero saber de nada.

Veo como Aiden, a aproximadamente cinco metros de nosotros, se encoge de hombros. Sin ni siquiera posar su mirada azul sobre nosotros, sigue con la tarea que él mismo se ha encomendado: recoger todo el lío que he montado.

Después de subir al apartamento, desbordado por la despedida repentina que había acabado de vivir, decidí quitar todos los adornos navideños que Vega y mi compañera de piso han puesto en el apartamento días anteriores. No lo he hecho de forma brusca —tirando todo de cualquier manera—, porque yo no soy así, no tengo ese temperamento; pero sí lo he dejado todo colocado de cualquier forma en el suelo. Ahora mi hermano se está encargando de volver a ponerlo todo en su sitio para que, según él, Noah no se lleve una decepción cuando vuelva de Estados Unidos.

Los recuerdos de Levi CookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora