Luna ha aprendido muchas cosas a lo largo de su vida. Desde pequeña, su vida ha estado marcada por lo que muchos podrían catalogar grandes lecciones vitales, de esas que consideran que te hacen crecer como persona.
A pesar de todo, en este capítulo de su vida, se ha sentido tan inexperta, frágil y perdida como cuando de pequeña perdía de vista a su padre en el supermercado o cuando tenía que esperar más de lo previsto en la salida del cole temiendo que sus progenitores se hubieran olvidado de ella. Ahora que tiene una vida creciendo en su vientre, sabe que esa posibilidad que su mente creaba era imposible.
Quizá sea esa vida la que ha hecho que no se hundiera por completo como parecía esas primeras semanas de ingreso de Martin. Aunque sería hipócrita si no reconociera que, además del buen rumbo de su embarazo, si algo le ha hecho crear una nueva normalidad en la que se siente cómoda es recuperar el ritmo de trabajo en el atelier.
Volver a su despacho, escuchar las máquinas de coser de fondo, tomar un café con Emma, inundarse de la creatividad de Leo, trazar diseños, que posiblemente se queden en el cajón de su mesa, con la mente en blanco. Volver a sentir su segundo hogar como eso, un hogar, y no como el escondite donde ocultar sus emociones más dolorosas como hizo semanas atrás cuando pasaba más horas de las necesarias frente a un ordenador para no pensar en nada más.
Piensa con una sonrisa en los labios que a Martín le gustaría verla así. Aparentemente en paz, atreviéndose a conducir de nuevo, con una caja de manolitos en el asiento de copiloto rumbo a casa de sus suegros como prometió después de haber alzado la bandera blanca.
Es raro entrar en esa casa sin que los dedos de Martín se enreden en los suyos, aunque realmente lo extraño es el motivo de su ausencia, pues no es la primera vez que pisa esa casa sin él. Sin embargo, tras ese abrazo con el que Luis la recibe, sus labios se ensanchan al contemplar de nuevo esa fotografía de un pequeño Martín que lleva en ese recibidor al menos tantos años como ella en su vida. ¿Se parecerá a él ese bichillo que crece inquieto en su interior?
- En el fondo no ha cambiado tanto- señala Luis con una sonrisa nostálgica al darse cuenta que la mirada de Luna se ha perdido en esa imagen.
- Los rizos los ha perdido un poco- bromea ella porque, como Luis, ve con claridad la pureza de la mirada de su marido en la de ese niño que sonríe iluminando la fotografía.
- Me temo que es genética- ríe Luis acompañándola al interior de la casa- Luego si quieres te enseñamos algún álbum de esos que a él le dan vergüenza- propone- Pero ahora vamos, que Aitana se ha venido arriba y no hay quien la saque de la cocina.
Como Luis ha adelantado, Luna ve a su suegra casi como nunca la había visto.
Su jubilación dejó en ella un gran vacío sobre cómo invertir su tiempo y, aunque adoraba poder tener un tiempo para simplemente pararse a contemplar cómo su marido creaba música de la nada, lo cierto es que seguía pasando más tiempo de lo verdaderamente necesario en el atelier echando una mano a Luna.
Sin embargo, con el accidente de Martín, todo cambió. El atelier pasó a un segundo plano que delegó de manera absoluta y radical. Su tiempo pasó a estar única y exclusivamente pendiente de lo que pasara en ese hospital. Y, aunque luciera tan impecable como siempre, quienes bien la conocían no reconocían a Aitana. No a esa que camina a ritmo lento, con la tez algo pálida y demasiado en pausa.
Para Luis no fue fácil ver esa faceta de su mujer a la que apenas reconocía, por momentos, le recordó a esa Aitana a la que le costaba delegar el cuidado de su hijo cuando él volvió de Ghana. Y no le costó adivinar que, como en aquella ocasión, solo tenía delante una mujer que busca desesperadamente cuidar y proteger a toda costa a su hijo.
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Más allá de la Luna
RomanceLuna sabe a primavera y a luz, a esas risas sin sentido tirados en el sofá y a sus buenos días amargos. A noches enteras imaginando un futuro juntos en sus escasos metros cuadrados. A amaneceres después de haberle robado la luna al cielo. A futuro. ...