El olor a las velas de jengibre que cada año se empeña en comprar su madre inunda la casa, aunque juega una batalla con el aroma del cordero que ya ha terminado de preparar su padre y aguarda en el horno. Huele a Navidad y eso, le transporta con facilidad a la calidez de su hogar en la infancia.
La mesa del comedor está a medio poner, pues Lía hace un rato que anda perdida paseando por el jardín con el teléfono en la oreja. Por el tono de su voz, Martín intuye que es una vez más Víctor y, por lo que recuerda, ya no sabe si agrada o detesta esa historia entre ambos que parece que siempre queda en puntos suspensivos. Aunque a través de la cristalera la ve sonreír y eso, le reconforta al menos.
Así que, Martín se impulsa con sus brazos y con cierta torpeza avanza agarrándose a los muebles con el único objetivo de terminar la tarea que ha dejado a medias su hermana. Y de paso, sentirse algo más que un elemento decorativo.
- Martín, hijo- le llama la atención su padre apresurandose a agarrarle del brazo- Si no quieres que te ayudemos usa, al menos las muletas- le recuerda.
Pero lo cierto es que no le acaba de resultar nada cómodo ese artilugio que le hace sentir encorsetado además de inútil aunque pueda moverse solo. Sabe que es solo un paso en el camino de recuperación y que todos están sorprendidos por su buena evolución, pero a él le resulta demasiado lenta, pues siente la presión del tiempo estirando el vientre de Luna día a día.
- Casi te las acaban de dar y seguro que en unos días ya no las necesitas, pero lo que menos necesitamos es una caída- se apresura a explicar anticipando lo que piensa su hijo- Si te llega a ver tu madre...- murmura más bajo desviando su vista hacia las escaleras por donde se ha perdido Aitana hace unos minutos para arreglarse antes de que llegue la parte de la familia que falta.
- Es que parezco un mueble- se queja- No me habéis dejado hacer nada desde que he llegado de rehabilitación.
- De eso nada- le interrumpe Lía, que parece que se ha enterado del completo de la conversación- Has puesto muy eficazmente la música- señala con cierta burla apoyándose por la espalda en los hombros de su hermano.
- Porque lo podía hacer desde el móvil sentado- insiste entornando los ojos.
- Ya me gustaría a mi estar a cuerpo de reina- rebate antes de dejar un beso en su mejilla y quitar de sus manos los cubiertos que le había dado tiempo a coger.
Martín no puede evitar resoplar de la impotencia recibiendo solo un encogimiento de hombros por parte de su padre.
- ¿Me acompañas a encender las luces del jardín?- le termina ofreciendo al ver que su hija, como su madre, no está dispuesta a ceder y dejar que su hermano asuma algún esfuerzo por mínimo que sea.
Es increíble cómo a medida que se encienden las pequeñas bombillas, todo se transforma. La magia parece llegar a ese jardín en el que Martín recuerda haber sido muy feliz y en el que, de pronto, se siente abrigado por unos brazos que rodean su cintura.
- ¿Qué tal el día?- le sorprende la voz dulce de Luna.
Ella también ha sido una espectadora silenciosa de la transformación de ese jardín que casi parece sacado de una película navideña. A unos, quizá les parezca excesivo, pero ella solo puede imaginar los ojos chispeantes de su hija maravillada por tal espectáculo.
Cuando va a atravesar la verja, Luis la ve lanzándole un guiño silencioso invitándola a sorprender a Martín a su espalda.
- Has tardado mucho- se queja Martín como si aún tuviera cinco años al comprobar la hora.
- Lo sé- admite con gesto apenado- pero es lo que tiene ser colaboradora de Papá Noel, que hoy hay demasiado trabajo- explica antes de ponerse de puntillas para dejar un beso en sus labios.
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Más allá de la Luna
RomanceLuna sabe a primavera y a luz, a esas risas sin sentido tirados en el sofá y a sus buenos días amargos. A noches enteras imaginando un futuro juntos en sus escasos metros cuadrados. A amaneceres después de haberle robado la luna al cielo. A futuro. ...