XXIV

26 5 0
                                    

La chismografía y los comentarios corrían de boca en boca, exactos unos, desfigurados los más, y los indios, avergonzados de la docilidad con que acudieron al llamamiento de las campanas y cayeron en el engaño para atacar el pacífico hogar de don Fernando Marín, vagaban por los alrededores del pueblo taciturnos y miedosos.

Estéfano Benites reunió a los suyos en el mismo despacho de su casa donde los encontramos jugando a la baraja, y al persuadirse de que sus cómplices vacilaban, les dijo para animarlos:

-Compadrito, a lo hecho, pecho.

-Yo no creí que el tiro saliese sin puntero -respondió Escobedo, sacudiendo un lloqque que tenía entre las manos.

-Si vienen las justicias, ya saben ustedes lo que hay que hacer -instruyó Estéfano.

-¿Y qué? ¿Y si nos llevan a declarar con juramento? -observó Escobedo.

-No saber nada, compadre, y... eso lo acordaremos bien cuando comiencen las cosas; vale que soy el secretario del juez de paz.

-Culpemos a los indios muertos -opinó uno.

-Entregaremos al campanero; ese indio tiene vacas y puede pleitear -dijo otro.

-Hombre, ¿y tú hablaste con Rajita esa noche? -preguntó Escobedo al primero de los opinantes.

-Yo, no; el que habló fue don Estéfano -repuso el aludido.

-Sí, yo hablé con él -afirmó Benites.

-¿Y cómo fue eso? Yo pienso citarlo a Rajita, porque es mi amigo, y porque tenemos pendiente un negocio de molienda de trigo -dijo con interés Escobedo.

-Bueno, lo que le dije fue: Santiago, estate sobre aviso, que por unos papeles sé que han llegado unos bandoleros a las cercanías, robando iglesias, y como la custodia del pueblo es rica, hay que guardarla.

-Está bien: Rajita me quiere mucho; es capaz de seguirme al purgatorio -apoyó Escobedo sonriendo y dándose golpecitos en los pies con el lloqque.

Aves sin nidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora