El cambio de autoridad se efectuó pacíficamente en la provincia. El nuevo subprefecto dirigió las circulares de estilo a los funcionarios de su dependencia, invocando la Ley, la Justicia, y la Equidad.
Finalizada la diversión en casa de Teodora, don Gaspar llegó a Kíllac para relatar por sí mismo a su virtuosa hija todo lo ocurrido en Saucedo después de su fuga, agradecer a su comadre doña Petronila el hospedaje, y volver en compañía de Teodora a hacer nuevamente la tranquila vida del campo, mientras se vencía el plazo señalado en los esponsales del honrado Mariano.
Nadie supo dar razón del paradero del coronel don Bruno de Paredes; porque, a pocas millas de su salida, despidió su escolta y, solo ya, buscó un refugio seguro.
Súpose, sí, en los días posteriores, que estaban bien mermadas las rentas de Predios rústicos y urbanos, y en manos de los indígenas una respetable cantidad de recibos de una contribución personal y forzosa, creada ad hoc por su señoría, titulada: «Derechos de Instrucción Popular.»
Don Sebastián, mohíno y cariacontecido, se golpeaba el pecho repitiendo:
-Francamente, mi mujer y Manuel sabían la media de la misa, francamente, me pesa, me pesa por no haber seguido sus consejos.
Tal confesión era un nuevo apoyo para que Manuel llevase a la práctica sus teorías en la casa, donde su opinión prevalecería respetada y obedecida.
Manuel pasó toda la noche en vela, lápiz en mano, marcando y borrando números sobre un pliego de papel que tenía cerca, y recorriendo su dormitorio con pasos acelerados, que de rato en rato se detenía para apuntar algo o buscar ligero descanso en el sofá.
-¿Y por qué mi anhelo se reduce a dejar el pueblo donde he nacido -se decía- cuando es propensión innata del hombre amar el engrandecimiento del suelo donde vio la luz primera?... ¿Por qué no aspiro a vivir aquí donde nació Margarita, y donde, junto a ella, brotó lozana y bella la flor de mis amores?... ¡Ah! Mi contrariedad se explica por la palabra de una experiencia razonada. Los lugares donde no se cuenta con garantías para la propiedad y la familia, se despueblan; todos los que disponen de medios suficientes para emigrar a los centros civilizados lo hacen, y cuando uno se halla en la situación en que yo me encuentro, solo contra dos, uno contra cinco mil... no queda otro remedio que huir y buscar en otro suelo la tranquilidad de los míos y la eterna primavera de mi corazón...
¡Margarita! ¡Margarita mía! A ti te entumecería el invierno de los desengaños en esta puna, donde se hielan los buenos sentimientos con el frío del abuso y del mal ejemplo. Tú vivirás bella y lozana donde se comprenda tu alma y se admire tu hermosura; ¡tú serás el sol que me dé calor y vida bajo la sombra del árbol extraño...!
Por la mente del hijo de doña Petronila cruzaban, revoloteando, mil aristas chispeantes, llevando un enjambre de ilusiones sostenidas en su corazón por dos fuerzas activas: nobleza de sentimiento y pureza de pasión. Dio unas cuantas vueltas por la habitación, distraído y embebido en sus pensamientos, y sacó un cigarro guardado en una cajita de caucho. Manuel fumaba en raras ocasiones. El tabaco, lejos de constituir un vicio, era un agente de pasatiempo. Armó el cigarro, y después de encenderlo a la lumbre de la vela de sebo, darle tres chupetones seguidos y arrojar humo por la boca y narices, se dijo: «¡Sí! Ellos salen pronto... ¡Yo iré a encontrarlos, así sea al confín del mundo...! Y lejos ya de Kíllac, lejos del teatro de la tragedia del 5 de agosto, abriré mi corazón ante don Fernando, pediré la mano de Margarita, y una vez aceptado, fijado un plazo, seguiré con fe y aliento el término de la carrera que he abrazado. ¡Sí, sí! ¡Estoy resuelto...! Confiaré a don Fernando, a Lucía y a mi Margarita el secreto de mi nacimiento, porque esa confidencia asegurará mi felicidad: pero... antes hablaré a mi generosa madre, sobre cuya frente no puedo yo arrojar... ni las sombras siquiera de la deshonra. ¡Madre! ¡Madre querida...! La fatalidad me colocó en tu seno, y después... ¡Ay! ¡Mi presencia torturó tu vida, reflejándose en la terquedad de un padrastro...! Y, hoy que me siento hombre, ¿por qué no es para ti todo el calor de mis afectos? ¡¡Margarita...!!
El primer rayo de aurora, apacible y sereno, penetró por los resquicios de la puerta y ventana del dormitorio de Manuel, que veló desde la tarde a la mañana, de claro en claro, con el primer insomnio del amor y el deber.
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Aves sin nido
RandomAves sin nido, considerada la primera novela indigenista, publicada en 1889 y escrita por Clorinda Matto de Turner, una verdadera pionera del género en Latinoamérica. En la historia se despliega una gran protesta social frente a la injusta realidad...