XXII

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El transcurso de los días despejó el cielo de las nubes que lo entoldaban, y los arreglos económicos en casa de Manuel superaron todo cálculo.

Manuel iba a emprender su viaje a Lima para ingresar en San Carlos. Su alma recibió la esperanza de vivir cerca de Margarita, cuyo ingreso en uno de los mejores colegios de la capital era también cosa resuelta.

Entre tanto, todos los pasos dados por don Fernando y Manuel para arrancar de la cárcel a Isidro eran estériles, pues el juez de paz se encerró en el castillo de las fórmulas, pidió informe al promotor fiscal y se contentó con ofrecer a los interesados el despacho rápido del asunto.

Para don Fernando era imposible postergar su viaje, y dijo a su esposa:

-He ideado una forma, hija, de ver la reconciliación general entre los vecinos de acá y nosotros, pero con el solo propósito de alcanzar la libertad de Isidro.

-¿Cuál, Fernando? ¡Oh! Dios te inspire, porque verdaderamente nos sería doloroso irnos dejando en la cárcel a ese infeliz.

-Daremos un banquete de despedida para la mañana de nuestra salida, y allí comprometeremos a todos en favor de Isidro. Creo que éstos le han encarcelado sólo para que aparezca un culpable y sincerarse ellos. Una vez que nos vamos, desaparece todo motivo para continuar ese juicio, y la libertad de Isidro será cosa resuelta.

-¡Apruebo, querido Fernando, tu idea, y ahora mismo ordenaré que preparen todo, aunque ha de costarnos algo caro, porque he visto que aquí explotan al recién llegado y al que se va!

-¡No importa, hija! ¡Cuánto dinero se bota en cosas inútiles! Y sobre todo, sea un capricho nuestro querer libertar a ese indio. Con cien soles tendremos de sobra, ¿no?

-No tanto, hijo; ¿no sabes que una gallina vale veinte centavos, un par de pichones de paloma diez centavos, y un carnero sesenta centavos?...

-¡Qué baratura, por Dios! ¿Y así hay quienes le roban al indio?

-¡Admírate, hijito! ¡Oh! ¡Pobres indios! ¡Pobre raza! ¡Si pudiéramos libertar a toda ella como vamos a salvar a Isidro...!

Decía esto la señora Marín cuando tocaron a la puerta.

Era Manuel que llegaba con un rollo de papeles en la mano. Saludó, puso su sombrero sobre una silleta, y dirigiéndose a don Fernando, dijo:

-Vengo con el ánimo contrariado, señor Marín. Después de tantas andanzas y haber presentado estos dos recursos que están con decreto, resulta que el expediente lo tiene Estéfano Benites, y éste no se halla en el pueblo. Su mujer me ha asegurado que ha ido a Saucedo, de donde volverá dentro de tres o cuatro días.

Aves sin nidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora