La luna, en sus primeras horas de menguante, suspendida en un cielo sin nubes, derramaba su plateada luz, que si no da calor ni hiere la pupila como los rayos solares, empapa la Naturaleza de una melancolía dulce y serena, y brinda atmósfera tibia y olorosa en esas noches de diciembre, creadas para los coloquios del amor.
Manuel consultaba con frecuencia su reloj de oro, inquieto y pensativo.
Los punteros marcaban la hora, y tomando su sombrero salió con paso acelerado.
La sala azul del Imperial, profundamente iluminada por elegantes arañas de cristal, tenía las mamparas de la puerta abiertas de par en par.
Margarita, recostada en uno de los asientos inmediatos a la mesa y las flores, jugaba con la orla de un pañuelo blanco, con el pensamiento transportado al cielo de sus ilusiones, y el silencio más imponente reinaba en su rededor.
Cuando asomó Manuel a la puerta, ella cambió de posición con ligereza, y su primera mirada se dirigió a la alcoba, donde sin duda estaba Lucía.
-¡Margarita, alma de mi alma! Yo vengo, yo he venido por ti -dijo Manuel tomando la mano de la niña y sentándose a su lado.
-¿De veras? Pero tú te vuelves -replicó ella sin apartar su mano, que oprimía suavemente la de Manuel.
-¡No dudes ni un punto, querida Margarita; voy a pedirte por mi esposa a don Fernando...!
-¿Y sabrá mi madrina? -interrumpió la muchacha.
-A los dos; tú... vas a ser mía -dijo el joven clavando su mirada en los ojos de Margarita a la vez que llevaba la mano de ésta a sus labios.
-¿Y si no quieren ellos? -observó con inocencia Margarita bajando su mirada ruborosa.
-¿Pero tú me quieres?... ¡Margarita!... ¿Tú me quieres?... ¡Respóndeme, por Dios! - insistió Manuel dominado por la ansiedad de los ojos: su mirada lo devoraba todo.
-Sí -dijo con tímido acento la hija de Marcela, y Manuel, en el vértigo de la dicha, acercó sus labios a los labios de su amada y recibió su aliento, y bebió la purísima gota del rocío de las almas en el cáliz de la ventura para quedar más sediento que antes.
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Aves sin nido
RandomAves sin nido, considerada la primera novela indigenista, publicada en 1889 y escrita por Clorinda Matto de Turner, una verdadera pionera del género en Latinoamérica. En la historia se despliega una gran protesta social frente a la injusta realidad...