VII

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Don Fernando se iba preocupando cada día más seriamente acerca del porvenir que le guardaba en Kíllac, sin fiar en la calma del momento, que él juzgaba aparente, pues empleaba dinero en practicar averiguaciones secretas y estaba al corriente de lo que pasaba en el vecindario, aunque no lo comunicaba a Lucía, cuyo estado era delicado.

La Providencia iba a bendecir aquel hogar con la intervención de un vástago, circunstancia que hacía pensar con frecuencia al futuro padre en la necesidad de tomar una resolución definitiva, transcurriendo en medio de vacilaciones tres meses desde cuando Manuel hizo la visita de que salió llevando un mundo de proyectos.

-Los progresos de Margarita, la docilidad de Rosalía, que promete ser una buena muchachita, el estado de mi Lucía, todo me muestra una nueva faz encantadora para la familia. Estoy llamado a no despreciar la ocasión y ser cuanto más feliz sea posible en la vida con una esposa como Lucía. ¡Sí, he de resolverme!

En esos días la nueva autoridad, después de prestar el juramento de ley, recorría los pueblos de su jurisdicción política, donde los subalternos te ofrecían mesa suculenta a costa de contribuciones de víveres que imponían a los indígenas.

En la República se agitaban cuestiones de alta trascendencia; nada menos que las elecciones de Presidente y de representantes de la nación.

Cuando don Fernando supo que el campanero de Kíllac yacía sepultado en la cárcel, tembló más de indignación que de horror.

-Ése es el débil, ése es el indefenso, y sobre él caerá la cuchilla preparada para los culpables -se decía, cuando una voz fatídica repercutió por los ámbitos de la patria relatando la sangrienta victimación de los hermanos Gutiérrez, cubriendo el rostro de la civilización una nube de ceniza humana.

El relato hizo, pues, temblar a don Fernando, quien abrigaba sospechas fundadas de que podía repetirse un asalto igual al de la noche del 5, pues no le eran desconocidas las palabras alentadoras pronunciadas en corta frase por el coronel Paredes en su entrevista con don Sebastián. Después la actitud profundamente melancólica de Manuel, que se mantenía en estudiada reserva, confirmó su juicio, porque adivinó que había lucha tenaz entre el joven estudiante de Derecho y don Sebastián, naciendo al mismo tiempo en la mente del señor Marín las sospechas de que ese honrado y pundonoroso joven no podía ser hijo del abusivo gobernador de Kíllac.

-Voy a cortar este nudo gordiano con el filo de una voluntad inquebrantable -dijo don Fernando golpeando su frente con la palma de la mano, y se fue en busca de Lucía para comunicarle la resolución que acababa de adoptar.

Cuando don Fernando entró en el dormitorio de su esposa, ésta se hallaba delante de un espejo de cuerpo entero que proyectaba su superficie límpida desde la puerta de un armario negro de caoba perfectamente charolado y en cuya claridad se retrataba la figura esbelta de la esposa de Marín, con una ancha bata de piqué y su blonda cabellera suelta sobre los hombros en graciosas ondas de seda.

Aves sin nidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora