Atendida la debilidad de carácter de don Sebastián, después de la conferencia que tuvo con el subprefecto y los incidentes ocurridos con doña Petronila, era natural que su situación se complicase.
Para Manuel fueron humillantes las escenas ocurridas en el dormitorio de don Sebastián, cuando le llevó por fuerza para salvar a su madre de las torpezas de un hombre beodo.
Sin embargo, Manuel sabía que hay escenas de familia que realizadas bajo el techo paterno no humillan, y así soportó con serenidad varonil las invectivas del esposo de su madre, no tardando el sueño en cerrar los párpados de don Sebastián y poner paz entre padre e hijo.
Cuando Pancorbo se quedó completamente dormido, Manuel fue en busca de su madre, a quien encontró llorando. Besó su frente, enjugó sus lágrimas y le dijo:
-Valor, madre; guarda tus lágrimas para cuando falte yo a tu lado.
-¡Hijo mío, es que soy muy desgraciada! -contestó entre sollozos doña Petronila.
-¿Desgraciada tú, madre? ¡Blasfemas de Dios! ¿No te ha dado un hijo, no tienes mi corazón y la sangre de mis venas, que derramaré por ti? -repuso con calor y a la vez con cierto aire de resentimiento el joven.
-¡Sí, sí, blasfemo, pero Dios me perdonará como me perdonas tú por haber olvidado tu nombre, hijo, Manuelito, hijo mío; sí, soy madre! -dijo doña Petronila tomando de las manos a su hijo y haciéndole sentar a su lado.
-¡Pobre madre! -articuló Manuel lanzando un suspiro y contradiciendo su primer pensamiento.
-¡Pobres mujeres debes decir, Manuelito!, por felices que parezcamos, para nosotras no falta un gusano que roa nuestra alma -contestó doña Petronila, ya un tanto calmada, pasando los dedos por la flecadura de su pañolón.
-Madrecita, dejémonos de quejas y hablemos con calma, tratemos de algo real.
-¿Qué quieres? ¡Habla!
-Deseo que veamos la renta de nuestra casa. En este mundo no se puede dar un paso, madre, sin tocar una puerta que llaman de «fondos» y «entradas».
-¡Qué! ¿Acaso quieres volverte al colegio, dejándome envuelta en esta Babilonia? - preguntó sorprendida doña Petronila.
-No te adelantes, madre. Yo, como tú dices, soy un niño, pero acuérdate que el trato con los libros y con los hombres nos envejece, dándonos experiencia y enseñándonos a pensar.
¡Yo me creo un hombre! -dijo Manuel con aire arrogante.
-¡Vamos, eres un hombre! -afirmó doña Petronila fijando una mirada orgullosa en el rostro de su hijo.
-Sí, madre; quiero decir que, habiendo pensado con madurez, espero llevar a cabo lo que proyecto en provecho de tu porvenir y el mío; lo demás...
Iba a decir una frase dura; pero el nombre de Margarita cruzó por su mente como el suave rayo de luna que se refleja sobre la superficie de un manso lago, dejándole suspenso y arrancándole un hondo suspiro.
-¡Qué gusto tengo de oírte hablar así, hijo mío! Sí, con razón don Fernando y doña Lucía me han felicitado tanto por ti.
Manuel cobró nuevo aliento después de ligera vacilación y repuso:
-Deseo saber, madre, a cuánto asciende nuestra renta; pero... sin contar para nada la de don Sebastián.
-¿Nuestra renta? -repitió doña Petronila tomando de nuevo los flecos de su pañolón y jugando distraída con ellos- ¿Cómo podré calcular nuestra renta? Tenemos buenos topos de terrenos que producen maíz, trigo, cebada, ocas, habas, papas, choclos y quinua; tenemos algunos cientos de ovejas, vacas, alpacas y yeguas cerreras que trillan la cosecha; yo cultivo los campos, reduzco vellones y graneros a plata, y parte de eso va para ti al colegio. ¿Te parece bien la cuenta?
Manuel escuchaba a su madre atento y satisfecho, y cuando llegó al final fue a besarle la frente silencioso y pensativo, llevando en su corazón la plegaria de gratitud y adoración que pedía aquella santa abnegación y amor de madre. La cuenta, en verdad, no dejaba números redondos en limpio para los cálculos que se había forjado, y con timidez volvió a preguntar:
-¿Y no has guardado nada?
-¿Qué? ¿Me has creído una despilfarradora? ¿No sé qué tengo hijo? ¿No te tengo a ti para cuidar tu porvenir? ¿No pienso en que alguna vez querrás tomar estado? ¡Guá! ¡Guá! Yo... he ahorrado una mitad, y ahí tengo bien escondiditas cinco talegas de a dos mil soles flamantitos; tú no pasarás vergüenzas como otros que se casan sin camisa.
-¡Benditas sean las madres como tú! ¡Para ustedes la dicha está en el bien de los hijos! Tomaré, pues, por base de mis cálculos los diez mil soles. Pienso proponerte un plan, y... ni un segundo más -dijo Manuel con resolución.
-Eso es lo que dije, querrás dejarme...
-Recuerda, madre, que un año perdido en mis estudios sería, tal vez, la pérdida de la profesión que he abrazado; pero no partiré solo, ni tampoco iré a la Universidad menor de San Bernardo.
-Será, pues, como quieras; pero antes de nada acuérdate que soy la esposa de Sebastián, y a quien me liga... la gratitud, y a quien tú tienes que respetar como... a un padre verdadero
-contestó doña Petronila bajando la vista por dos veces.
-No lo olvidaré, madre mía; y ahora vamos adescansar de tan afanoso día -repuso Manuel besando la mano de su madre comodespedida nocturna.
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Aves sin nido
RandomAves sin nido, considerada la primera novela indigenista, publicada en 1889 y escrita por Clorinda Matto de Turner, una verdadera pionera del género en Latinoamérica. En la historia se despliega una gran protesta social frente a la injusta realidad...