(Nombre) jamás pensó que la persona que le curaría el alma después de la mayor traición de su vida, fuera aquel pandillero de ojos marrones que quemaba coches por puro aburrimiento y pateaba civiles según su estado de humor.
Baji Keisuke.
𝗔𝗟𝗘𝗥𝗧...
Mikey llevó las llaves a la cerradura y abrió la puerta de su casa. Mientras dejaba pasar a todos los chicos, tú te colocaste detrás de Chifuyu. Te sentiste algo extraña, y un poco cohibida. Estabas entrando en una casa desconocida, y a pesar de sentirte arropada por ellos, sobre todo por Chifuyu, no podías evitar sentirte un poco nerviosa. Al fin y al cabo, una no entraba todos los días en la vivienda de un famoso delincuente.
Después de pasar por un largo pasillo, llegasteis al salón. Los chicos pasaron dentro, pero tu te quedaste en el marco de la puerta, recorriendo con la mirada la habitación. La sala no era muy grande, más bien mediana, pero muy acogedora. La decoración era moderna, con tonos blancos y grises, al igual que los muebles.
Te sorprendió lo bien ordenado y emparejado que estaba todo.
Había una mesa rectangular de cristal en una esquina, rodeada por cuatro sillas de las mismas tonalidades que las paredes. Los chicos dejaron allí las bolsas con las películas y aperitivos que habían comprado por el camino para después desperdigarse por el salón.
—Vamos, (Nombre) —la voz de Mikey te sacó de tus pensamientos cuando te vio parada en la entrada—. Aquí no nos comemos a nadie.
Miraste enseguida a Chifuyu, y él hizo lo mismo contigo. Por como te miró, jurarías que en ese momento pensó lo mismo que tú. Tu mente se fue al sábado pasado, cuando estabais en el estacionamiento de motos con toda la Tokyo Manji, y él te dijo la misma frase, a lo que Baji le respondió de una forma muy inusual.
Le hiciste caso a Mikey. Entraste y dejaste tu bolso apoyado en el pico de una de las sillas.
Mientras los demás chicos estaban a su rollo, hablando los unos con los otros en diferentes grupos, tú, que no sabías lo que hacer, te paseaste por la habitación con los brazos cruzados. En ese momento, cuando le prestaste más atención a las cosas, te diste cuenta de los enormes ventanales que habían en la derecha del salón, los cuales cubrían toda la pared y daban a un enorme balcón.
El sofá de color gris era bastante amplio, y los cojines que lo adornaban estaban perfectamente ordenados y emparejados. Aún así, a pesar de su extensión, dudaste al pensar que ibais a caber todos allí. Todavía faltaba más gente por llegar, y si eran igual de grandes que algunos de ellos, como Draken, estabas segura de que más de uno tendría que sentarse en el suelo.
Pero sin duda, lo que más llamó tu atención y lo que más destacaba en toda la habitación, era la tele de plasma pegada a la pared. En medio de esta y del sofá, había una mesa pequeña de centro, en la cual se podía ver un pequeño adorno minimalista.
Solo una cosa pasó por tu mente.
Este tío tiene que ser traficante.
Te acercaste hacia la enorme pantalla para verla mejor, ya que nunca habías visto una televisión tan moderna, y todavía no asimilabas que, todas las películas que habíais alquilado, las ibais a ver ahí. Pero cuando te acercaste a ella, tu atención se fue hacia otro sitio. Concretamente, a las fotos que habían apoyadas sobre el pequeño mueble blanco de abajo.
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