26. ¿Una cita?

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Por fin regresabas a casa. 

Después de pasar dos largas semanas en el hospital en reposo absoluto, tu vida parecía volver a la normalidad.

A pesar de que el doctor te había dado el alta por que había visto una muy buena mejora en ti, debías seguir cumpliendo sus indicaciones durante las próximas semanas; nada de esfuerzo, solo para lo justo y necesario. 

Tampoco ibas a poder ir al instituto por recomendación médica, así que ibas a tener que apañártelas y estudiar en casa. Pero te daba absolutamente igual. Ya ibas a poder caminar y pasear tranquilamente por la calle sin que te ardieran los pulmones en el proceso.

Emma fue muy amable y considerada contigo durante esos primeros días de adaptación a la rutina. Fue ella quién, el mismo día que regresaste a casa, se ofreció a cuidar de ti hasta que te recuperaras al cien por cien y pudieras valerte por ti misma, ya que, nuevamente, ibas a volver a quedarte sola.

Tu madre tenía que partir de nuevo a Europa para terminar el trabajo que había dejado a medias la misma noche que se enteró de tu fatídico accidente. 

Ya había perdido dos semanas enteras en el hospital en las que se turnaba con tu amiga y te cuidaba la mayor parte del tiempo, cosa que agradecías profundamente. Pero ahora que ya había terminado lo peor y estabas fuera de peligro, tenía regresar a su rutina de empresaria si no quería que su magnífico rendimiento laboral, ese que tanto le había costado conseguir a base de esfuerzo y tiempo fuera de casa, se viera afectado.

Tuviste sentimientos encontrados al respecto. 

Por una parte, te dolía que se marchara y te dejara sola de nuevo en esas condiciones, a pesar de estar en buenísimas manos, claro; Emma se había ganado su total confianza durante esos días que estuviste ingresada y eso era algo que había que celebrar por que muy pocas veces pasaba. Desgraciadamente, tu madre era una mujer muy cerrada y estricta que se dejaba llevar por las primeras impresiones de las personas en vez de conocerlas a fondo, y si alguien no era de su agrado, la tachaba en seguida de su lista. 

Las cosas entre vosotras habían estado demasiado tensas, al menos los primeros días después del indecente con Baji en la planta de abajo del hospital.

Aquella noche, cuando llegasteis a la habitación, te echó la bronca del siglo por ser tan irresponsable. Y no solo eso, también te hizo llorar lágrimas de sangre por hacerle pasar ese mal trago. 

Te sentiste tan culpable de verla así, tan destrozada, tan preocupada por ti... que estallaste en llanto y fuiste un mar de lágrimas toda la madrugada.

Tu madre te hizo prometer que jamás volverías a juntarte con la gente que te había llevado a esa carrera ilegal. No escuchó tus peros, tampoco tus súplicas y plegarías. Debías prometérselo sí o sí. Así que no te quedó más remedio que hacerlo.

Con un nudo en la garganta y las lágrimas empapando tus mejillas, le diste tu palabra.

Aunque cruzando los dedos detrás de tu espalda.

La culpa había sido tuya y de nadie más. 

Ni Baji, ni Mikey, ni Emma tenían nada que ver con aquel incidente. No pensabas darles la espalda después de todo lo que habían hecho por ti.

Por ahora, tu madre tenía el control absoluto sobre ti por que eras menor de edad y vivías bajo su techo, pero faltaban muy pocos meses para que eso cambiara. Pronto cumplirías los dieciocho años y, entonces, ya no podría obligarte a nada que tú no quisieras.

A partir de ese momento, tu madre y tú no volvisteis hablar más del tema. Y mucho menos de que, aquella chica rubia tan amable de ojos verdes que te visitaba todos los días y se preocupaba por tu estado de salud, la misma que en una ocasión se había presentado ante tu madre como Emma Sano, era la hermana del líder de la banda a la que pertenecían tus nuevos amigos, aquellos macarras que te habían llevado a interesarte por las motos y las cosas peligrosas.

Intocable - Baji KeisukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora