Capítulo 4.

115 13 2
                                    

Cuando llegué pude notar que ahí, en el agua, estaba mi mochila.
-¡Mierda! -grité, corriendo rápidamente para agarrarla y después ponerla encima de una roca y revisar las cosas-. No no no, ¡NO!
Todo estaba mojado: mis libretas, mi estuche, todo.
Y me puse a buscar con empeño aquel objeto especial para mí: ahí estaba, en la bolsa pequeña de la mochila, mojada y brillante, ahora de un azul turquesa con unas tonalidades en verde.
Suspiré, aliviado, después me puse ese collar y agarré mi mochila.
-¿Y ahora cómo mierda le haré con mis cosas? -susurré, agarrando con fuerza las mangas de mi mochila con la intención de quitar mi enojo.
¡Nada funcionaba!
Caminé de regreso para irme mientras me quejaba.
-Juro que esta no se las perdonaré. ¡Hijos de...! ¡Agh!
Y entonces, mientras caminaba, pude notar que el collar que me dio mi abuelo en forma de media luna empezaba a brillar mucho.
-¿Uh? ¿Qué es eso? ¿Qué pasa? -lo agarré y lo miré atentamente-. ¿Por qué brilla? ¿Es de pila o qué?
Y escuché pasos. Miré a todos lados, pero no vi nada.
-¿¡Quién anda ahí!? -grité, deteniéndome para inspeccionar el área con detenimiento.
No recibí respuesta alguna, así que seguí caminando; escuché ese sonido de nuevo, alertándome aún más. Y entonces miré otra vez a todos lados y, por ahí, detrás de un pino muy verdoso, ví a aquel lobo negro del otro día.
No puede ser, pensé. ¿Có...? Esta no es área de lobos, entonces..., ¿por qué...?
Mi corazón se detuvo por unos segundos cuando la mirada de aquel lobo me penetró por completo.
¡Corre!
Salí corriendo rápidamente sin detenerme, mirando de vez en cuando atrás para ver si me seguía.
No había nada.
Y cuando volví a mirar al frente, tropecé con una piedra y rodeé varias veces hasta caer de un pequeño montón de tierra, ensuciándome más y haciéndome heridas.
Agh! ¡Maldición! -me levanté lentamente y escupí tierra; mi pantalón se había rasgado un poco, haciendo notar la cortada que tenía-. Mierda.
Me agaché para ver la herida: tenía tierra, unas cuantas piedras pequeñas y sangre, mucha sangre.
También tenía raspones en los brazos y manos. Y, en la cara, llena de un poco de tierra, tenía unas pequeñas gotas de sangre en los labios: me había mordido fuertemente los labios por la caída.
-Genial, Daniel -susurré, levantándome lentamente y mirando a mi alrededor: no había nadie.
Intenté caminar pero un dolor agudo me llegó en el tobillo izquierdo.
No podía caminar, genial.
Entonces me senté encima de una roca no muy pequeña y me relajé mientras me veía el tobillo.
Revisé la hora: las 7 de la tarde, genial, pensé. ¿Y ahora cómo mierda regresaré? No hay señal como para usar mi celular.
Y, súbitamente, sentí una respiración en mi oído; aquella presencia traía consigo una ligera brisa cálida, llenándome de sosego.
Me giré rápidamente, topándome con la nada. Y cuando miré enfrente, aquella bola negra inmensa que me causaba pavor, se hizo presente, igual, detrás de uno de aquellos pinos que estaban a poca distancia de mí.
-¿Otra vez tú? -susurré, intentando levantarme, pero aquel dolor volvió, haciéndome caer de nuevo-. ¡Mierda!
Aquel lobo gruñó, acercándose a mí con lentitud.
-¡No te acerques! -grité, volviéndome a levantarme con la intención de alejarme de aquel grandulón.
Caí y empecé a retroceder en el piso, ensuciándome más.
-Ve...vete. ¡Vete maldito lobo! -agarré una roca y se la lance, haciendo que cayera en su hocico, enojándolo más. Y, después de todas las adversidades que le ponía, seguía avanzando.
Me giré, pero justo cuando lo hice, esa bestia se lanzó sobre mí, haciendo que me diera un fuerte golpe en la cara.
Maldecí y volteé a verlo mientras forcejeaba.
¡Voy a morir!, pensé. ¡Voy a morir!
Él gruñó más fuerte, sacando sus grandes y afilados colmillos, asustándome en su momento y dejándome con los brazos frente a mí para protegerme.
¡Voy a morir!
Pero no pasó nada: no sentía dolor a excepción de aquellas pequeñas heridas que me había hecho por la caída.
Y entonces bajé lentamente mis brazos para encontrar de cara a aquel lobo encima de mí; era tan grande; su pelaje tan oscuro como la noche lo hacía esconderse a la perfección entre las penumbras del bosque. Era como si cualquier rayo de luz, tan siquiera una pizca, fuera a lastimarlo, a asustarlo y obligarlo a esconderse en la oscuridad. Como si fuera aquel gobernante de la noche, de la oscuridad; sus ojos, resaltando aún más por el rojo brilloso que tenían, tenían aquella cualidad de todo depredador: miedo. Eran tan lindos pero aterrorizantes. Al verlos te sumergían completamente en un mar de sangre, ahogándote hasta quedarte atrapado en ellos, inmovil ante la presencia de unas pupilas filosas que parecían la hoja de una espada; sus dientes, enormes, blancos y filosos, que antes eran cubiertos por una capa delgada, suave y pegajosa de su hocico, estaban mostrándose orgullosamente con la intención de causar pavor, nervios, pesadillas, y lo estaba logrando en mí; unas gotas de saliva salían por las comisuras de su hocico, ayudando, a su vez, a resaltar aún más sus colmillos, a hacerlos brillar ante el haz de la luna que se estaba generando.
Respiraba con dificultad. No podía moverme, no podía reaccionar.
¿Iba a morir por la mordida de un lobo feroz? No, no quería eso: si iba a morir preferiría de una mejor forma.
¿Con millones de navajas encajadas?
¿Siendo aplastado?
¡No lo sé! ¡Este maldito lobo no me deja pensar con claridad!, pensé.
¿Qué más daba? No podía hacer nada, iba a morir aunque corriera.

No podía dejar de mirarlo: era una mirada tan inmensa e insoportable que no podías dejarla a un lado; sentía un consquilleo por todo mi cuerpo; tenía ganas de llorar, de pedir perdón y cubrirme bajo su manto.
Pero todo eso era una mierda.

Acercó su hocico y me olfateó el rostro, después fue bajando hacia mi abdomen y, antes de que subiera mi camisa, me moví para evitarlo, pero el volvió a gruñir y me espanté, deteniéndome.
Mi respiración ahora era rápida, estaba temblando demasiado.
Subió mi camisa y sentí su hocico húmedo mojarme con unas cuantas gotas; sentí la inhalación que creaba; sentí su suave roce que me llenaba de placer.
Llegó a mis pezones y los lamió: me estremecí, pero no quería moverme para no hacerlo enojar más.
Su lengua recorrió mis pezones: era suave y tórrida. Era tan relajante y excitante; los lamía como si fueran un helado.
Después bajó hasta mi ombligo y lo lamió.
De repente, sentí un inmenso sueño que me hacía sentir pesado.
Y todo se volvió oscuro.

The Legend Of The Spirit Wolf.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora