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KAIA THALÍA
Tres semanas después

Mi respiración es un desastre y su boca un veneno que quiero seguir bebiendo a pesar del daño que hace en mi subconsciente. Su cuerpo es tan grande, tan moldeado y rodeado por la cantidad perfecta de tinta que me hace la boca agua y estallar a mis sentidos. Puedo ver, oler, tocar, saborear y escuchar cada centímetro de él tan bien como él lo hace conmigo. Su boca chupa, mis dientes muerden y su lengua se arremolina entre mis gruesos muslos para empujarme hacia el paraíso.

Gimo en la almohada mientras me deshago. Mis piernas tiemblan y mis dedos continúan frotando ese sensible bulbo en el vértice de mis muslos. Toco mi clítoris cada vez más rápido hasta que mis piernas se cierran y mi estómago se contrae mientras me dejo llevar por el placer de la pequeña fantasía dentro de mi cabeza.

Mis mejillas están rojas y mis labios hinchados por hundir mis dientes en ellos.

Las sábanas de seda de la cama envuelven mi cuerpo desnudo mientras me acuesto boca abajo, sintiéndome un poco avergonzada por lo que he hecho dentro de las cuatro paredes de la elegante habitación, a pesar que es tan común como el sol iluminando el día. Aunque el subidón del clímax fue lo suficientemente placentero, la necesidad de sentirlo a él entre mis piernas hace que mi interior se sienta incompleto. Apenas satisfecho y mucho más ansioso por verlo.

Salgo de la cama, poniéndome de pie mientras camino hacia el espejo de tamaño entero en la esquina. Miro bien mi cuerpo, y me quejo cuando veo las gigantescas diferencias que el estrés y la mala alimentación han adquirido en él. Nunca he estado tan delgada, ni una sola vez en mi vida. Por lo menos no hasta el punto en dónde puedo señalar qué costillas son de qué lado.

Mis senos están hinchados y mis pezones se ponen duros con o sin el frío. Sin embargo, están tan sensibles que apenas puedo enjuagar a su alrededor con el paño dentro de la ducha tibia. Pensé que desaparecería una vez que llegara mi período, pero ya pasó y la sensibilidad todavía pica como una abeja en la miel.

Para cuando salgo de la ducha, la acogedora sirvienta, Leyla, ha dejado algunas fragancias nuevas en la mesa de centro del cuarto. Doy unos pasos y tomo uno de los frascos entre mis dedos para examinar el color y el aroma. Algunos son dulces, otros no demasiado. La botella violeta con la mezcla y el equilibrio perfecto entre piña y coco gana cuando la rocío en mi cuello después de ponerme el atuendo que la señora Lewandowski eligió personalmente para mí.

Es otoño. Las hojas están cayendo y los arces brillan tan poderosos como el sol alrededor de la mansión. La bisabuela de Uriah ha elegido para mí unos pantalones formales color caramelo hasta arriba del ombligo y una camisa blanca de manga larga con cuello de tortuga. Un abrigo marrón cuelga de la percha y sonrío cuando encuentro una nota dentro de la parte delantera del bolsillo después de que la curiosidad saca lo mejor de mis dedos.

Este día es demasiado hermoso como para no disfrutarlo, ¿no crees?

Te esperamos en el jardín.

Camille.

Aphrodite está sentada en la mesa del jardín cuando salgo de la casa. Agradezco en voz baja a uno de los mayordomos que cierra la puerta detrás de mí antes de caminar hacia el centro de los rosales, donde está ella leyendo los periódicos de la mañana. Nunca antes había estado en un lugar tan elegante en toda mi vida. No hay mayordomos o sirvientas en la residencia Sokolov, aunque son tan ricos como los Lewandowski, por lo que ha sido un poco extraño acostumbrarme a que todos estén listos para hacer lo que les pido con una simple mirada a los ojos.

Mis padres están sentados junto a ella y los bisabuelos de Uriah. Llegaron hace dos días de Las Vegas después que los señores de la casa les pidieran que vinieran lo antes posible para celebrar el cumpleaños de mi hijo. Los cuatro beben el chocolate caliente que les ha servido Leyla en sus caras y exquisitas tazas de porcelana. Escaneo el área, buscando a mi niño de cabello oscuro y ojos azules.

No Serpientes, No VenenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora