URIAH APOLO
No recuerdo mi segundo cumpleaños.
No creo que nadie en el mundo recuerde su segundo cumpleaños además de las fotografías que deben tener sus padres. Lo mismo que mis abuelos continúan mostrándome los álbumes que mi madre dejó para mí y Aphrodite dentro del armario de su dormitorio. También se celebró aquí, en su casa, el lugar donde siempre se sintió segura y amada.
Esta es mi casa. Es la casa de mi hijo.
Mi madre no me dejó joyas, dinero ni acciones.
Ella dejó luz, esperanza y amor.
El resto de su esencia.
Mi abuela le ha pedido a Aphrodite que se pruebe algunos de los viejos pantalones azules de mi madre, esos que son de cintura alta y que cuelgan con la ayuda de tirantes. Se negó en cuanto las palabras salieron de los labios de mi abuela y miró hacia otro lado, hacia la ventana, donde el jardín lleno de rosas brilla bajo la luz del sol.
—No puedo ponérmelos.
Dejo de mirar las fotos antiguas para poner mi atención en mi hermana. Ha cambiado a una posición más cómoda. Sus piernas están cruzadas mientras se sienta encima del sofá marrón en la sala de estar de invitados.
Me da una sonrisa con ojos brillantes.
—Creo que no dejaría de llorar si lo hiciera.
Niego con la cabeza —. A mamá le encantaría que usaras su ropa.
—Sé que lo haría. Pero no puedo —insiste ella —. Aunque me gusta verlos en Thalía.
Su sonrisa crece.
—Creo que se ve tan hermosa como mamá en ellos.
La abuela sonríe cuando Kaia Thalía aparece en la sala de estar seguida de mi hijo. Kuriah está con su ropa de cumpleaños puesta: un suéter de color rojo hecho a mano por mi nana y pantalones azules. Su madre lo ha vestido para combinar con mi abuelo, quien tiene el mismo atuendo.
Mi hijo aplaude, moviendo su cabello y consiguiendo que los rizos negros caigan por los lados. Se acerca a mí con pequeños pasos y pone las manos sobre mis rodillas mientras se pone contra mi pecho. Sus pequeños dedos juegan con la tela de mis pantalones, y niego con la cabeza cuando me pregunta por qué no uso otro color que no sea negro.
—El negro combina con todo, y si se ensucia, es más fácil de lavar —le explico. Ladeo la cabeza —. ¿Quieres que papá se ponga otro color?
—¡Sí! —Mi hijo aplaude otra vez.
Resoplo, maldiciendo mi tremenda boca, y me levanto del sofá para pedir permiso y tomar a mi esposa de la mano. Nos guío a los tres escaleras arriba hacia la habitación que mis abuelos le han dado a Thalía, y abro entre varias de las bolsas de ropa que mandaron a comprar para mí.
—Azul. —Kuriah me muestra unos pantalones.
—Pero la ropa de papá tiene que combinar con la de mamá —le digo. Subo mi rostro y poso mis ojos en donde Thalía está. Tiene una sonrisa en los labios mientras se apoya en el borde de la puerta —. Amor, ¿qué vas a usar?
—Un vestido —responde.
Ha estado tan risueña toda esta mañana que me desconcentra. Sus ojos grises tienen un brillo mucho más reluciente que el que suele llenar su mirada; sus mejillas con un poco más de color y su sonrisa parece no caber en su rostro. Pone las manos en su cintura cuando la observo con ambas cejas tocando el nuevo cielo.
Thalía ríe.
—¿Qué sucede?
—Esa pregunta te la iba a hacer yo —contesto. Dejo a un lado las bolsas para ir hacia donde está. Mis dedos rozan su mejilla —. ¿Estás bien? ¿Sucedió algo?

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No Serpientes, No Veneno
RomantikLos Smirnov siempre han sido el clan rebelde. Desde tatuarse en la mano del diablo hasta causar revoluciones, siempre encuentran la manera de arrastrarse como el animal que los representa para acabar con quiénes amenazan a quiénes ellos aman. Alek...