15

411 45 16
                                    

CELINDA ISABELLA

Hay momentos en la vida en los que sabes que la tensión es tan gigantesca que puedes olerla en la atmósfera. Tan espeso y denso que hace que se te erice la piel y los vellos del cuerpo. Como si el aire no pudiera llegar a la habitación debido a la energía caótica y abrumadora.

Este es uno de esos momentos.

Los tres clanes más grandes están reunidos dentro de la pequeña casa del lago, todos mirándose como si fueran cazadores en busca de nuevas presas. Los leones, los halcones y los fénix. Mi padre me dijo que la última vez que estuvimos todos en la misma habitación fue hace décadas, cuando comenzó la primera guerra de clanes y los Sokolov lograron ganar su independencia.

Esas personas ahora están bajo tierra.

Me muevo incómodamente detrás de Andréi, dejando que su cuerpo alto y musculoso cubra mi desencanto. Gira la cabeza, permitiendo que su mano derecha eche hacia atrás su cabello azabache, mientras acerca su rostro al mío.

—¿Qué ocurre?

—Tienes que decir algo —murmuro tan bajo que ni los pájaros pudieron oírlo —. Nuestros clanes están a punto de desgarrarse mutuamente antes de que nuestros líderes regresen de su pequeña hora del té.

El moreno sonríe de lado —. ¿Por qué no hablas tú? Se te va muy bien lo de mandar.

—Andréi —Mis ojos se vuelven dos líneas —, estoy hablando en serio.

—¡Andréi! —Los dos paralizamos nuestros cuerpos cuando su nombre es soltado libremente en el estrecho salón. Adim, la mano derecha de Mikhail Kuznetsov, nos sonríe —. Entonces los rumores de que hiciste tu ritual de votos son ciertos. ¿Qué sucede? Pensaba que esta vez sí seríamos invitados. Uriah nos lo debía después de su privada ceremonia.

—Celinda y yo también nos casamos por privado —responde Andréi.

Resoplo en mi interior. Es la primera y última vez que bebo hasta ese extremo. Si estando cayéndome del alcohol accedí a casarme con quien menos esperaba, no quiero imaginar lo que haría de no recordar ni siquiera mi nombre. Andréi es un maldito bastardo, lo sabe. No quiere darme el divorcio cuando prácticamente le he puesto los papeles en la mesa y en la cara. No sé qué afán tiene de dejarme ser su esposa cuando entre nosotros hay tanto romance como lo hay entre una rama seca y el agua.

—Bueno, espero que por lo menos cuando uno de los demás primos lo haga, consideren invitarnos —dice Kirill, hermano menor de Nathan Volkov.

—Después de todo, somos nosotros los tres clanes reales, ¿verdad?

El comentario de Adim tiene tanto veneno dirigido a las tres serpientes en la habitación que no contengo mi sonrisa. La sala entera mira a los Smirnov con la misma malicia, y disfruto de ver a Arena sonrojarse en medio de Nicola y Khalid.

—Somos nosotros tres los que tienen la verga bien puesta —Adim se acerca hasta quedar delante de Khalid —. Los que no causamos revoluciones estúpidas y solo por llamar la atención.

—Y se supone que ustedes son el clan que dice que todo se perdona, ¿cierto? —Arena responde. Pone los ojos en blanco —. Lo que hayan hecho nuestros antepasados no tiene nada que ver con el presente.

—Por lo menos sus antepasados daban la talla —masculla Kirill. El hombre de tez oscura los mira por encima del hombro —. No estamos acostumbrados a compartir el aire con... plebeyos.

Nicola pone la mano en el hombro de Khalid y le perfora la piel con los dedos.

—Confiamos en que cuando Uriah sea finalmente nuestro monarca acabe con todo esto —agrega Volkov. Se cruza de brazos —. La única razón por la que siquiera estamos cooperando con ustedes es porque queremos a un león en el trono.

No Serpientes, No VenenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora