13

401 35 13
                                    

KAIA THALÍA

Nunca había notado cuánto tiempo realmente es una hora.

Los minutos pasan lentos y los segundos son eternos. La ansiedad es mi peor enemiga y la paciencia que sé que tengo escondida en algún lugar de mí intenta luchar lo mejor que puede para prevenir. Se me hace casi imposible; mis palmas tienen marcas de crecientes gracias a las uñas que no tardo en continuar clavando en mi piel.
Kuriah Thalek se ha quedado dormido con la cabeza apoyada en mi regazo. Tiene el cuerpo apoyado en el otro asiento mientras esperamos a que llamen para el vuelo 375 con destino a la ciudad de Madrid. Pongo la mano derecha sobre su cabello, permitiendo que mis dedos se deslicen entre los gruesos mechones de cabello negro.

Abre los ojos poco a poco, pardeando para cuidarse de la luz de la habitación. Su brazo se aferra a Opo, y por una vez más agradezco a Uriah por regalarle algo tan práctico pero con bastante significado para él.

—¿Mamita? —Sube el rostro, haciendo que su bella mirada se encuentre con la mía. Dibujo una sonrisa para mostrarle que todo está bien, a pesar de que mi corazón está latiendo al ritmo de millones de tambores —. ¿Vamos a casa?
Trago en seco —. Sí, mi cielo.

Los Smirnov continúan hablando entre sí en el asiento del frente. La hija de Alek, quien recuerdo como Kailé de aquella vez que la conocí por puro accidente y es menor que mi hijo por unos cuantos meses, también se ha quedado dormida abrazada a su progenitor. La niña es muy hermosa, de ojos verdes y un cabello del color del sol que me recuerda a las fotografías de Alek cuando era niño. Tiene pecas por el rostro, salpicadas en su nariz creando un patrón adorable que sale a relucir cuando frunce la nariz.

Es igual a Arena.

De todas las personas que él pudo haber escogido para compartir una hija con, ¿tenía que ser ella?

—Kuri, obedece a todo lo que diga, ¿vale? —le susurro tan bajo que mi hijo tiene que incorporarse un poco para escuchar.

Asiente sin decir nada al ver que tenemos los ojos de Alek sobre nosotros. Mi hijo pone los brazos en mi cuello y se sienta sobre mi regazo, a lo que planto un beso sobre su mejilla y peino su cabello para pensar una vez más en lo que tengo que hacer.

—Iremos al baño —anuncio. Tomo la mochila y la pongo sobre mi hombro —. Kuriah, tienes que orinar antes de subir al avión.

—Julieta, acompáñalos —le dice Alek.

La morena se levanta, pero la miro con las cejas alzadas —. ¿Ella acaso me va a limpiar el coño cuando termine?

Khalid se ahoga con su café mientras que Nicola se atora con su naranja. Stefano tiene el rostro rosado y niega con la cabeza antes de mirar a otro lado.

—Es solo por protección —murmura ella, aunque está blanca papel.

—Iré y vendré. No tengo cómo huir —les recuerdo. Mis ojos caen en Alek —. Por favor, solo iré a ayudar a mi hijo. Es un bebé.

Mis labios forman la sonrisa más dulce posible. Tengo que volver a ser esa chica ingenua y con falta de carácter que él conoció hace tres años si quiero que tenga un pequeño desliz de confianza conmigo. Mostrarle que a pesar de todo, mi lealtad siempre estará con él como antes.

Las cosas han cambiado más de lo que pensaba.
Alek no es el chico del que yo me enamoré hace tres años. Es una persona completamente diferente ahora mismo. No hay ni una sola pizca del hombre dulce y comprensivo que solía echarse en la cama a leer libros conmigo hasta que el sol se pusiera en la montaña. El hombre que yo conocía jamás hubiera hecho esto. Nunca hubiera accedido a este plan tan cruel y despiadado.

No Serpientes, No VenenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora