Capítulo III

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A toda mi familia le agradaban las vacaciones de verano porque eran las únicas fechas en las que papá disponía de un par de semanas libres para pasarlas junto a nosotras. Además, solíamos hacer un viaje especial a cualquier parte del mundo. Gracias a estas vacaciones había conocido varias ciudades europeas así como visitado distintos estados en mi país, pero este año sin duda alguna prometía ser inmejorable al tener la oportunidad de viajar a Sudamérica, concretamente a Brasil. La verdad era que jamás había conocido la parte sur de mi propio continente, pero ¿qué mejor ocasión que un verano al lado de mis seres queridos?

Preparaba la maleta con ganas, llenando de ropa nueva colorida cada rincón. Escuchaba a través del pasillo el ajetreo que mi madre llevaba encima, gritando de aquí para allá que no quedaba tiempo.

Hacía tres días que el instituto se había terminado y muchos de mis compañeros tenían ya innumerables fotos en Instagram sobre sus maravillosas vacaciones junto a sus familiares, amigos, mascotas e incluso desconocidos. Yo las miraba desde mi portátil, gastando mi ahora excesivo tiempo en repartir corazoncitos y deseos entre sus comentarios. Puede que la mayoría de mi clase se sintiese temerosa de mí, pero también era muy fuerte su deseo de hacerme una más entre ellos y cuando al regresar me preguntaron si realmente me sentía bien, comprendí que no podía culparles por sentir miedo de aquello que desconocen.

Zachary, bajo sus gruesas gafas, me dijo que deseaba hacer un estudio psociológico conmigo y, aunque me sorprendí, sentí que era mejor ser amable y respetuosa ante su ofrecimiento que responder una grosería. Por todo ello, este verano debía escribir un diario para entregárselo a él a la vuelta de vacaciones, contando detalles sobre mi vida y reacciones ante entornos desconocidos, así como nuevos personajes y lazos que desarrollase con ellos. Me sentí abrumada por su entusiasmo, pero no pude sino aceptar.

Papá tocó mi puerta.

— Tu madre está histérica.

— Lo sé —metí un par de bañadores y el bikini nuevo, el cual papá señaló con la mirada—.

— ¿Eso? —era un bikini de color azul turquesa, demasiado llamativo y pequeño— ¿En serio?

Papá me sobreprotegía demasiado y aquello había derivado en mi personalidad de una forma particular. Cierta ropa demasiado provocativa me hacía sentir tan incómoda como a él.

— Fue mamá quien me lo compró. Si no lo meto en la maleta posiblemente me corte el cuello. Pero llevo mis bañadores, tranquilo. Ya veré cómo me deshago de esto —levanté el bikini y los dos nos partimos de risa ante su horrible diseño—.

— ¿Sabes? —le miré confusa cuando se sentó en la cama y miró sus manos— Puede que sea un poco pesado con este tipo de cosas, y sé que posiblemente no tenga derecho a exigirte vestir de una forma cuando apenas si te veo...

— Papá ... —llamé sentándome a su lado— Entiendo tu punto y no es solo por ti. Realmente a mí no me agrada demasiado que la gente me mire. Tengo suficiente con ser una loca como para que ellos puedan estar pendientes de mi persona por cómo me visto.

Sus ojos se removieron cuando dije lo de "loca".

— No debes hablar de esa forma de ti misma.

Asentí despacio y cerré los ojos.

— Tu madre me odia —dijo cuando ella gritó desde el salón su nombre—.

— Solamente está agobiada. Estoy segura de que todo irá mejor en cuanto salgamos de este país.

— El señor te escuche.

Papá se marchó por la puerta y escuché el timbre sonar.

— ¡Yo voy! —grité adelantándolo por el pasillo y derrapando en las escaleras para ir al recibidor a causa de correr como una cabra. Casi me descuajo el cuello, pero felizmente mamá no me vio— ¿Noe?

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