Capítulo VI

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La casa que tenía alquilada el doctor Cullen en Río de Janeiro se situaba muy lejos de la zona en que yo me alojaba junto a mis padres y prima. En realidad, se trataba de un lugar apartado del bullicio propio de la ciudad, con amplios terrenos bordeándola, dotando así de privacidad y verdadero descanso a quien pudiese permanecer allí.


Era mi padre quien conducía el coche aquella tarde, donde el cielo se había encapotado repentinamente y apenas si podíamos ver la luz del sol colándose entre los árboles que nos acompañaban por el camino de tierra, los cuales eran altos y con grandes hojas oscuras.


Miré el suelo húmedo color marrón intenso, al tiempo que pude sentir sobre mis mejillas la calidez del viento. Resultaba peculiar que ante un cielo negro hiciese calor. El clima de Brasil parecía burlarse de nosotros.


En cuanto nos introdujimos en lo que representaba la casa en sí pude darme cuenta de que aquello de aceptar al doctor Cullen como mi médico no había sido una buena idea.


Me sentí minúscula ante lo impresionante de aquella mansión de piedra, justo al pisar las escaleras que llevaban a la entrada en la que se encontraba un gigantesca puerta rojiza. Delante de la misma, a un lado y bajo la oscuridad del porche, se hallaba el doctor Cullen esperándonos.


- Buenas tardes, - saludó a mi padre dándole un apretón de manos educado. Miré por sobre sus hombros el interior de la casa, curiosa, a la vez que evitaba encontrarme con los ojos topacio del doctor Cullen. No deseaba ponerme nerviosa a causa de lo atractivo que me resultaba, así que decidí dirigir mis ojos hacia diferentes direcciones - le estoy agradecido por aceptar mi ofrecimiento.


Papá asintió, algo incómodo por lo educado del doctor, posiblemente pensando igual que yo sobre que el doctor poseía unos modales demasiado formales. Vi por el rabillo del ojo cómo papá se detenía unos segundos a pensar una respuesta, hasta que finalmente se decidió a hablar:


- Tanto mi esposa como yo lo estamos a usted por ofrecerse a cuidar de nuestra pequeña.


La sonrisa que se dibujo en su rostro me supo enteramente falsa y forzada, así que me decidí a hablar antes de que a mi padre se le ocurriese ser sincero y contar que en realidad quien nos había obligado a los dos había sido mamá en un repentino arranque de locura y devoción hacia aquel hombre que en el realidad nos era desconocido.


- ¿Podríamos empezar cuanto antes? - pregunté adelantándome.


Los ojos dorados del doctor Cullen me vieron durante demasiado tiempo, o eso pensé con algo de nerviosismo, mientras él únicamente permanecía en silencio.


- Síganme, por favor. - dijo al fin.


Su forma de caminar me recordó a la de un gato montés de los que habíamos tenido oportunidad de contemplar en los zoos durante estos días de vacaciones, cuando en completo sigilo y dotado de una elegancia natural se aproximaba hacia abajo en busca del alimento que los cuidadores le echaban para atraerlo y enseñárnoslo a los turistas.


El doctor había preguntado algo, pero yo estaba tan inmersa tratando de caminar de una forma menos estruendosa que el único remedio que me quedó fue pedir que repitiese la cuestión.

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