Capítulo XXVIII - Final.

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Al tercer pitido Alice me contestó con esa voz melodiosa que se asemejaba tanto al sonido de un violín.

- Estoy conduciendo, Edward. - dijo rápidamente - ¿Y por qué no me contestas al móvil? Llevo horas llamándote. Tengo que explicarte una cosa complicada...

- Soy Alex. - interrumpí el monólogo de Alice antes de que me perdiese en su voz.

- Oh.

Me preguntó qué ocurría.

- Edward se ha marchado y estoy convencida de que va a hacer una estupidez.

- ¿Estupidez?

La sábana se me cayó y sentí la caricia de la brisa mañanera mientras el sol se posaba en lo alto del mar y alumbraba la casa blanca.

- Por lo de Isabella. Rosalie le dijo que tú habías visto cómo ella saltaba de un acantilado para suicidarse y-

- ¡Mis visiones no son exactas! - gritó Alice enfadada - Estúpido Edward Anthony Masen Cullen.

- Alice, espera, hay más. Ayer... - me salté lo ocurrido entre nosotros y le relaté lo mal que se encontraba, su tristeza y el sentimiento de culpa que lo asoló - ... y no sé qué hacer. Me estoy desesperando y él no está aquí, tengo miedo que vaya a hacer una tontería que...

Me atraganté con las ideas más horribles que asaltaron mi mente, la de una vida sin Edward.

- En primer lugar, guarda la calma. Sea lo que sea, yo ya voy en camino, porque lo de Bella no me convence. No creo que sea tan macabra como para acabar con su vida, tiene un padre que la necesita y amigos, una vida por la que seguir. Además, ¿morir precisamente ahora?

- Me da lo mismo lo que haya pasado con ella, lo importante es Edward.

- No puedo ver nada sobre él. Puede que haya abandonado vuestra casa, pero no se ha desligado de ti por mucho que haya escrito en esa carta. Para separarse de un futuro a tu lado debe pensarlo y sentirlo, elegirlo con total convicción, y dado que yo no puedo verlo, Edward no ha hecho eso aún.

Asentí y pregunté qué íbamos a hacer.

- No lo sé. La verdad es que no sé qué es peor, que no se desligue de ti o que sí lo haga, porque contigo no me deja ver nada sobre sus acciones o decisiones.

- No podemos dejar que le ocurra nada, Alice.

Ella me animó, pues estaba preocupada por Isabella, pero por otra parte también estaba segura de que ella no sería capaz de suicidarse.

- ¿Qué...? Mierda.

- ¿Qué pasa? - chillé frenética.

- Dentro de unos kilómetros hay un puesto de control. Debo dejar de hablar, mi padre no tiene manos libres porque las manazas de Emmet lo rompieron y estoy con el móvil en la mano. No quieron que me echen una multa , así que te cuelgo.

- Alice, no me mientas.

Ella suspiró.

- No miento, pero sí hay más cosas que omití.

- ¿Qué cosas?

- He dejado de ver a Isabella desde la visión en la que saltaba de un acantilado.

- ¡Entonces por qué dices que la crees viva! Oh, mierda, esa chica ha muerto.

- No, no. A veces hay otras interferencias.

- ¿Interferencias?

- Hombres lobo. Pero es una historia larga de contar y ahora mismo veo a los agentes. Debo colgarte, pero te llamaré tan pronto como pueda. Sigue intentado contactar con Edward, aunque supongo que como a mí, no te lo cogerá. Menudo tonto es cuando quiere. - Alice divagaba porque se encontraba nerviosa, y que ella se hallase nerviosa me colocaba a mí a punto de un infarto - Alexandra, no hagas locuras tú tampoco. Recuerda que no puedes conducir ningún coche a menos que vayas con un acompañante adulto, y le tengo aprecio al Mercedes que Edward me compró en Brasil que ahora mismo se encuentra guardado en tu garaje.

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