Capítulo XI

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Desperté cuando recién el sol desplegaba su manto rosado sobre el mundo en tinieblas, con el corazón saltando en mi pecho, cuestionándome qué diablos pasaba conmigo.


El doctor Cullen me sacaba nueve años, no era correcto que yo estuviese soñando con él, mucho menos sueños en los cuales besaba...¡No! Resultaba tan patética e infantil en ocasiones. Debo ser madura, lo suficientemente inocente como para no pensar sandeces.


Bajé la primera, malhumorada, así que decidí comer cualquier cosa al ver que mis padres aún no se habían despertado, porque quería ser una niña normal y corriente de quince años, a la cual mimaban y preparaban el desayuno. Una niña que no soñaba con hombre adultos.


Me puse a ver lo primero que encontré, una serie de adolescentes huecos que convivían en un colegio pijo, con rollos amorosos entre ellos y escenas bastante fuertes. Solamente eran las ocho de la mañana y ya colocaban sexo en la tele, definitivamente este país me encantaba. ¡La telenovela que en un comienzo me pareció patética pronto me dejó boquiabierta!


Escuché las chanclas de mi padre, era él pues sus pasos resultaban estruendosos al ir grogui aún, cuando se encaminaba al baño a lavarse la cara.


- Hija. - saludó bostezando y frotándose los ojos.


- Papi.


- ¿Qué ves?


- ¡Shhh...!


Se sentó en el sofá a mi lado, mirando la enorme tele donde dos jovencillos tan solo un par de añitos mayores que su niña favorita se besuqueaban. Luego la pelirroja le dio un cachete que me dolió hasta a mí al otro, cosa que hizo que ambos riésemos.


- Prepara el desayuno, tengo hambre, pa. - dije mirándolo una vez echaron los anuncios.


- Esperemos a tu madre. - dijo acomodándose.


Reí despacito y continuamos viendo. La telenovela era intensa, con altibajos a cada rato y musiquilla apremiante, los dos enamorados que sufrían adversidades que me parecían sacadas de un manual, pues esas cosas no suceden en la vida real.


- Si son mocosos. -dijo mi padre al ver que lloraban.


- ¡Es amor!


Mamá bajó por las escaleras, nos miró con expresión de sorpresa y luego suspiró.


- A veces es como si tuviese tres hijos.


Ryan se levantó enseguida, siguiendo a mi madre y disculpándose por no preparar el desayuno.


- Tú haces todo mejor que yo.


Mamá le siguió regañando a medida que iban a la cocina, a la vez que yo finalizaba mi telenovela. Acabó unos minutos después, con esa voz narrativa que cuestiona una serie de preguntas que yo moría por conocer de una maldita vez.


Me avisaron que el desayuno estaba listo, así que me levanté, con mi botecito de yogur de fibra ya finalizado desde hace un buen rato.


- Mami, ¡yo quiero zumo!


Mi progenitora alzó una ceja, lo mismo que mi padre, incapaces de comprender cómo es que estaba siendo así de exigente.


- ¿Estás bien?


- Zumo de naranja.


- No hay, Alex. Toma la leche. - dijo mamá sentándose y mordisqueando un bollo.


- Quiero un zumo.


- Te dije que no hay. - repitió.


- Alex, siéntate y come tranquila. - dijo papá.

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