Capítulo XXVI

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Regresar a Río suponía enfrentarse a multitud de frentes aún no cerrados, y no únicamente para mi persona.

La noche resultaba sofocante, respiraba con dificultad a medida que caminábamos entre las aglomeradas calles plagadas de vivas luces y música. Esta última sonaba fuerte, con un ritmo latino y alegre que invitaba a mover el cuerpo y dejarse llevar a la locura de la pasión pues numerosas parejas se besaban sin ningún pudor, a la vez que tocaban diferentes partes de su cuerpo bajo las finas ropas de lino y algodón fino.

Miré con curiosidad cómo las mujeres contoneaban sus caderas y traseros a los hombres, quienes parecían embrujados a sus movimientos sensuales y cuidadosamente preparados para provocarles. Mordí mi labio y vi la ancha espalda de Edward, quien aferraba mi mano y trataba de hacerse espacio para que pudiésemos pasar entre tantísima gente. De pronto, me vi envuelta en sus brazos y choqué contra una pared de madera.

- Dijiste querer vivir Río en su total plenitud, - sonrió besando mi cuello- pues aquí tienes, Vlad.

Vi a mi alrededor y sonreí. Muchos bailaban, pero otros comían en platos de plástico carnes envueltas en grasa, frutos dulces mojados en una salsa color vino, así como panes claros.

- ¿Puedo comer?

Edward asintió, guiando mi cuerpo hacia un puestecillo donde un hombre bigotudo cantaba diferentes precios. Practiqué mi portugués y pedí un plato que el mismo dueño me recomendó. Edward a mi espalda situaba su mentón en mi hombro.

- ¿Vas a poder con todo eso?

Le pedí que me ayudase a llevarlo y empecé a tragar como si no hubiese mañana.

- Está buenísimo, - susurré- deberías probarlo.

Edward arrugó la nariz. Los dos estábamos sentados en el suelo, como simples turistas que contemplaban los bailes y la fiesta que se montaban en las calles más comerciales de Río. Cullen me sentó en sus piernas de pronto.

- ¿Pasa algo?

Señaló con la mirada a un grupo de turistas jóvenes algo bebidos.

- Vaya, qué animados se ven

Escuché un gruñido y tuve que voltear a verlo con sorpresa.

- Oh, ¿qué ocurre?

- No los mires. Están muy borrachos y cualquier mujer que ven les provoca... - dejó de hablar incómodo.

Seguí comiendo y terminé mi zumo de lúcuma prontamente, pues estaba tan rico y fresco que me encantaba.

- En verdad está muy bueno, - dije riendo- está tan bueno que me da pena que no puedas probarlo.

Edward me besó la mejilla con afecto, colocando sus manos entorno a mi cintura.

- Te amo, Vlad.

- Yo supongo que también. - respondí.

Me besó el hombro pero detuvo la caricia de sus labios al oírme hablar.

- ¿Supones?

- Era broma, Cullen. Yo te amo también.

Era medianoche cuando tomé los hombros de Edward y lo animé a bailar conmigo. El muy maldito se elevó con gracia, demostrándome que esto era otra de las cosas que se le daban estupendamente bien. Dirigí mis ojos hacia los que nos acompañaban en la calzada vacía, apenas unas cinco parejas más. Lo gracioso era que se trataba de gente bajita y regordeta, mayores en verdad. Incluso hubo una pareja de ancianos.

Traté de moverme al compás de la música, que esta vez resultaba más suave que la de antaño.

- ¿Estas cansada?

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