Capítulo XVI

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Edward deambulaba por la habitación, murmurando cosas para sí mismo mientras yo contemplaba mi luna en silencio. Le escuché suspirar pesadamente un par de veces para finalmente tenderse a mi lado. Dejé que me tocase con su piel marmólea, porque era lo único que impedía que estuviese pululando por todas partes como un loco encerrado. Sus suaves manos recorrían mis brazos y mi rostro, dibujando mis facciones y suspirando en ciertas ocasiones. Cuando sus dedos se encontraron con mi boca me volteé cortando el contacto, porque era incómodo que hiciese eso.


No porque su aspecto de adonis me causase nerviosismo como antaño, sino porque consideraba incorrecto que él anhelase de mí cosas que jamás ocurrirían.


Yo nunca volvería a hablarle, porque el sonido de mi voz se había corrompido por los chillidos en mi cabeza, y ahora, si osaba pronunciar algún vocablo, temblaría de terror ante el murmullo de mi tono. Edward quería que hablase, porque una vez fui su amiga y fue mi voz la que lo consoló tantas veces en su soledad y desesperación. Y ahora yo desaparecía y para él era tan horrible como para mí.


Su Bella no estaría nunca más a su lado, su único salvavidas parecía más una muerta que una verdadera persona, incapaz de reír con ingenuidad y de hacer sus ojos brillar de admiración a la vez que lo miraba.


- Por favor.


Su petición me causó algo de daño, porque a pesar de todo Edward sí había sido mi mejor amigo hasta ahora.


Cuidaba de mi estado físico, dándome de comer siempre que podía, bañando mi cuerpo y vigilando mis signos vitales día a día, asegurándose que nada me faltaba.


He de reconocer que me provocaba extrañeza los diferentes platos sencillos que me traía, desde panecillos tostados con miel hasta zumos de diferentes frutas para desayunar, o arroces y pasta para las comidas, siempre haciéndome tragar todo a medida que me miraba con disculpa. Preparaba un baño cada dos noches, poniendo la gigantesca bañera hasta arriba de agua y sumergiéndome sin dificultad en ella. Su fuerza no me sorprendía en absoluto, es decir, lo había visto relucir como un diamante a la luz del sol, así como "volar" a una velocidad imposible. Era curiosa su forma de solventar mis necesidades primarias, porque lo hacía con infinita calma y sosiego, como si realmente la tarea de mantenerme fuese algo que debía hacer.


No le estaba agradecida por ello, me limitaba a mirarlo a los ojos, tratando de comunicarle que aquello no era lo que yo quería. Preferiría que me matase de una vez. Pero Edward me aguantaba la mirada con valentía y continuaba aquella labor.


Mas no iba a hablar, porque no me era posible decir nada bueno. Es más, tenía ganas de maldecirlo e insultarlo, de llamarle monstruo; sin embargo, la parte más amable y gentil que poseía me reprendía con que él no merecía mi odio, y eso detenía mi rencor.


- Te prepararé el desayuno.


Se fue un momento muy breve, porque él nunca osaba desaparecer más de unos minutos a excepción de las ocasiones en las que salía por la noche y luego volvía con el amanecer, variando el extraño tono negruzco de sus ojos por el usual topacio que yo conocía.


Esta vez trajo consigo una bandeja con un vaso de zumo de fresas así como unas tortitas. Lo situó a un lado de la cama y me tomó en brazos, colocándome en su regazo. Abrió mi boca con sus dedos e introdujo el alimento, que sabía dulce y muy bien, a pesar de que mi lengua parecía incapaz de transmitir correctamente todo el placer del bocado. Movió mi mandíbula, despacio y continuamente, haciéndome tragar sin dificultad porque con el discurrir del tiempo sabía más o menos cómo hacerlo para que nos resultase más sencillo a los dos.


Acabé el desayuno, o en verdad, él me hizo acabarlo. Traté de no prestar atención cuando Edward se introdujo en el baño y empezó a preparar la bañera.

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