Capítulo XXII

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Rompí sin querer un jarrón. Aunque a decir verdad, no fue sin querer.

Al segundo siguiente, ni siquiera fue un segundo entero, tenía a los hermanos Cullen conmigo, vigilando qué me había pasado. Suspiré mirando el desastre y me eché a llorar asustada.

- Tranquila, pequeña. - Alice corrió en mi dirección, envolviéndome en sus brazos. Gemí lastimosamente contra su pecho, haciéndome hueco en su figura- No pasa nada.

- Lo siento mucho. Seguro que era caro. - señalé triste.

- Eso no importa.

Alice me alzó en brazos con una facilidad indudable que contrastaba con que yo en realidad fuese por lo menos una cabeza más alta que ella. Edward procedió a limpiar el desastre que había montado en el salón dado que numerosos cristales yacían desperdigados sin orden por el suelo de madera oscura. Le miré limpiar mientras Alice me acariciaba la mejilla en pos de tranquilizarme.

- Me he asustado. - murmuré con voz queda.

Edward vino a nuestro encuentro, tomándome de los brazos de su hermana. Fue un gesto que no practicábamos desde que Alice había venido, pero salió de forma natural que yo envolviese mis piernas en su cintura y colocase el rostro en su cuello, respirando fuertemente lo dulce y embriagador de su aroma vampírico.

- Estoy aquí.

Me quedé callada, incapaz de sonreír o decir nada más. Resultaba una excelente mentirosa.

El jarrón lo había tirado yo, por llamar la atención de ellos de una vez. Hacía días que ninguno de los dos se sentaba a hablar conmigo por más de media hora, ni me daba abrazos largos o me prestaba verdadera atención.

Puede que sí estuviese convirtiéndome en alguien mimada, pero no podía remediar mi necesidad de que ellos estuviesen pendientes de mí. Quería que Edward se sentase a mirar cómo escribía, que Alice me dibujase nuevos vestidos, o riesen de mis ocurrencias, que escuchasen cuando leía en voz alta, en conclusión, que ellos dos compartiesen su tiempo conmigo.

- ¿Quieres que toque alguna canción al piano?

Edward me colocó en el sofá, donde Alice corrió a sentarse a mi lado. Los dos me miraron con afecto y cierto grado de preocupación, provocando que comprendiese que mi naturaleza era ser una tramposa consumada de las buenas cuyo teatro lograba engañar incluso a dos vampiros.

Edward tocaba una pieza clásica de ritmo suave. Escuché atentamente con Alice sonriendo junto a mí cada dos por tres por lo exquisito de la melodía. No sé en qué momento caí dormida, solo sé que esa noche Edward sí veló por mi sueño. Me levanté en la oscuridad, percibiendo su mano sobre la mía.

- Espera un segundo. - murmuré.

Fui corriendo al baño, abriendo todas las fuentes de agua: el lavabo, la ducha, el inodoro. Aprovechando el ruido del agua, me lavé los dientes a toda velocidad y con un especial cuidado. Con el aliento fresco, sin lagañas en los ojos y las ideas perfectamente ordenadas, salí del cuarto de aseo. Edward continuaba en la cama, con una expresión de no entender nada en su rostro de adonis.

Salté en mi sitio cuando se volatilizó y apareció a mi lado. Olisqueó el ambiente, dándose cuenta de que me había lavado la cara con jabón y los dientes con pasta, pues el olor de ambas cosas era evidente para un ser como él

- ¿Qué ocurre? - cuestionó.

Tragué mi propia saliva y me aproximé hacia él.

Se alejó con rapidez, logrando que me sintiese como una idiota en medio de la habitación.

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