Capítulo IV

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— Necesito un descanso —hablé echándome sobre un sofá color verde claro, suave y mullido—.


Noelia colocó su rostro perfecto en el respaldo, mirándome con sus ojos azules indescifrables. Esos ojos eran llamativos, pero también podrían lograr transmitir frialdad y rencor. Segundos después fue papá quien entró cargado de maletas al salón, con mi mami detrás cogiendo nuestros bolsos de mano.


— Qué locura.


Reí despacio y luego ellos me acompañaron.


La casa era verde, sencilla y pequeña, pero no por ello menos bonita. Quedaba situada en un barrio tranquilo, con gente que a simple vista aparentaba ser agradable. No era ni mucho menos la zona turística más chic de Río de Janeiro, pero yo me conformaba. Es más, me agradaba mucho.


— Tenemos que hacer la compra  —anunció mamá. Al minuto mi padre se levantó, dispuesto a como le habíamos recomendado tanto Noe como yo, ser durante estas vacaciones su esclavo particular— Gracias, amor.


Se dieron un sonoro beso, a lo que yo cerré los ojos y Noelia volteó la cabeza.


— ¿De verdad ustedes dos son adolescentes? —preguntó mi madre con diversión—.


— Déjalas, amor. A mí me agrada que sean inocentes. 


Me sonrojé al instante.


— Podemos dejarlas en la playa, si quieren —propuso mamá—.


Pude ver cómo la respiración de mi progenitor se cortaba, al mismo tiempo que la mía le seguía. Era fijo que mamá me iba a proponer colocarme el bañador turquesa en el que los diseñadores ahorraron tanta tela.


— Tenemos hambre, tía. Yo prefiero comer y descansar un poco del viaje.


Tanto papá como yo suspiramos tranquilos ante la propuesta de Noe, quien fue muy rápida en responder y que, con ese tono impasible, era difícil saber si deseaba verdaderamente eso.


En cuanto mamá y papá se marcharon, me levanté a curiosear la casita.


Tenía dos pisos, el primero con un salón pintado de verde claro, con sillones del mismo tono y una tele, así como muebles de madera. La cocina era un poco antigua y funcionaba a gas, con lo perdí interés rápidamente en seguir explorando en esa parte. Caminé hasta el piso de arriba, donde había tres habitaciones y dos baños, todos ellos acomodados como si de un hotel se tratase. El amigo de mi padre posiblemente apenas si pasase tiempo en esta casa porque me pareció inhabitada desde hace bastante. Eso sí, estaba perfectamente limpia.


— Qué casa más fea —masculló Noelia con aburrimiento encendiendo la tele. Escuchamos el idioma que hablaban los actores de una novela, riéndonos por no entender ni papa. Finalmente tratamos de pensar en qué nos apetecía hacer al día siguiente—. La playa.


Asentí buscando en mi móvil un poco de música. Me coloqué los cascos y empecé a escuchar la voz de Sia cantando canciones lentas y pausadas. Quedé dormida sin darme cuenta.

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