Capítulo XV

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El domingo temprano tomamos dos taxis. El primero llevaba a mi padre junto a tres maletas y en el segundo íbamos mamá y yo con otras dos.


La mañana discurrió algo ajeteadra a causa de pesar y etiquetar cada maleta, así como esperar largas filas para ello. Llevaba puesto unos sencillos shorts que dejaban al descubierto mis piernas doradas por el sol brasileño, así como una camiseta de algodón muy fina. Mamá y papá estaban muy ocupados en encargarse de nuestro enorme equipaje, así que yo me dedicaba a mirar pasar a diferentes turistas.


Me causaban curiosidad la mayoría, con peculiares ropajes y maletas de mano muy pequeñas que ocultaban sus tesoros y secretos. Giré mis ojos cuando escuché un fuerte murmullo en un idioma desconocido para encontrarme, no sin satisfacción, una peculiar caravana de turistas asiáticos. Traté de diferenciar entre sus rasgados ojos algún tipo de parentesco, pero resultaba difícil cuando no estabas acostumbrada. Todos me parecían iguales. Seguí con aquel entretenimiento, dándome cuenta de que algunos sí compartían ciertas narices finas, e incluso por la ropa podía tratar de entrelazarlos.


Media hora después fui llamada por mi padre, quien dijo que en poco embarcaríamos. Los turistas de antes, aquella caravana, se situó justo a nuestra espalda, porque seguramente viajasen también en nuestro avión. Me sorprendí un poco cuando, entre la baja estatura de todos a los que observé con anterioridad, pude diferenciar a uno particularmente alto. Como el resto, llevaba una ropa oscura a pesar de calor, con afán de protegerse de los rayos solares. Pero lo más extraño fue comprobar que portaba unas gafas y un pañuelo atado al cuello, tal y como si estuviese enfermo. Volví mi vista al frente cuando me vi sorprendida en plena inspección por el mismo hombre de vestimenta particular a su persona, sintiendo las mejillas calientes por haber sido pillada como una auténtica voyeaur.


Tanto papá como mamá entaban afanados en hacerse carantoñas, animados porque yo estuviese distraída con otras cosas y no necesitase de su atención.


- ¿Estás bien?


La pregunta de mi madre no me sorprendió, dado que ella misma vio la manera en que colgaba en móvil a cierta persona. No es que estuviese enfadada con Edward, pero requería de un descanso ante todo lo vivido noche. Todavía me costaba asimilar que fuésemos amigos de verdad y él hubiese jugado de una forma tan cruel conmigo. Anoche no había tomado mi medicación por estar con él y después de resistirlo como una campeona, Edward había hablado sobre el tema tabú.


¿Es que quería provocarme una crisis? ¿Tan desesperado estaba porque no me fuese que anteponía su deseo a mi bienestar? Con Edward las cosas eran algo diferentes, sentía que él me trataba como a una persona madura, porque en realidad era eso lo que requería ser, no se perdía en mi aspecto infantil ni en lo de mi enfermedad. Con él únicamente era yo misma.


La relación con él me recordaba a la que mantenía con Noelia, porque mi prima era lo suficientemente consciente de que yo no soportaba ningún tipo de trato especial o sosegado en general, solo pedía silencio ante mi tema más odiado.


¿Por qué sentía tanto miedo a la muerte? Los accidente ocurren cada día, yo misma soy conocedora de mis límites, pero hasta ahora trataba de evitarlos. No podía escuchar hablar sobre un destino trágico porque temía que eso despertase en mí en mismo instinto de derrota que asoló a mi tío Federic y le llevó al suicidio.


Quería mantenerme con vida, quiero decir, mantenerme por mis padres, mi prima y mis seres queridos. Yo no me sentía con derecho a hacerles más daño del que ahora mismo les causaba, por ello intentaba ser normal y vivir.


Pasaba por ese tubo azul de dimensiones enormes para subir al avión, con mis padres delante de mí, cuando sentí una fuerte mano aferrarse a mi brazo. Sorprendida por el tacto helado, volteé a ver y pude comprobar que nada había ahí.

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