16: Los Estragos de mi Vida

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    Llegué a mi casa, al rededor de las ocho y media, otra vez cansada con los estragos que habían hecho el sexo y el alcohol en mí, otra vez despeinada y con el maquillaje corrido por todos lados, los pies me matan y mentiría si dijera que mi cab...

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    Llegué a mi casa, al rededor de las ocho y media, otra vez cansada con los estragos que habían hecho el sexo y el alcohol en mí, otra vez despeinada y con el maquillaje corrido por todos lados, los pies me matan y mentiría si dijera que mi cabeza no. 

    «Sexo con Nick y sexo con Dom». ¡Carajo, ya deba de pensar el lo que pasó con Nick!

    Pero aún con el dolor o el cansancio, no me arrepiento de la noche que pasé; estos días que pasó fuera de la rutina del trabajo, divirtiéndome a mi modo, generalmente con hombres, es mi forma de vivir.

    Mi cuerpo necesita cafeína, pero primero tendré una siesta en el sofá.

    A las once desperté por fin, me di unas horas demás de sueño, después de todo lo que he pasado en esta semana, estoy agotada. Fui al baño para una ducha rápida y pasé por ropa a mi armario, nada formal, hoy es domingo y no tengo mucho que hacer, voy a recuperar energía. Tomo unos jeans de mamá que hace ver mi trasero inexistente, pero no me importa, también una camiseta rosa pálida y unas zapatillas bajas.

    Tomo una aspirina y cogí unas revistas antes de salir con los lentes de sol puestos, voy caminando por los edificios residenciales no tengo prisa a llegar al carrito de café que se pone en la esquina, ordeno un americano y una dona.

    —¿Ha tenido un buen fin de semana, señorita?— me pregunta la señora mientras llena mi vaso.

    —No tiene ni idea...— sonrío recordando todo lo que a pasado —Gracias— tomo el café y la dona y la voy mordisqueando mientras leo recorriendo la calle.

    Al terminar mi desayuno tomo un taxi hasta una tienda en Manhattan. La tienda donde Valery hizo su lista de regalos, un fastidio, lo sé; pero debo admitir que hay gente realmente inteligente que saca provecho de todo este hastío que se convierten las bodas, las tiendas de regalos por ejemplo, te venden cosas innecesarias que una novia con la oxitocina por las nubes cree necesarias para que su matrimonio de mierda resulte. Estos malditos saben como hacer dinero.

    —Buenos días, señorita. ¿En qué la puedo ayudar?— me preguntó una dependiente.

    —Vengo a comprar un regalo para la boda de Valery Smith— digo quitándome los lentes.

    La chica me lleva hasta el computador de un escritorio y teclea.

    —El señor y la futura señora Snyder.

    «Ya me estás cayendo mal, chica».

    —Sí, ellos— indico después del comentario que obviamente arruinó el humor te traté de mantener desde que desperté de la siesta.

    Sinceramente jamás he entendido la estúpida tradición de cambiar tu nombre después de casarte, primeramente no estamos en el siglo quince, ninguna mujer le pertenece a un hombre y si lo hace es porque algo muy mal pasa dentro de esa chica para permitírselo. Y segundo, ¿por qué alguien renunciaría al nombre con el cual ha forjado su vida?

Lo bueno de NO enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora