7. Bienvenida al Penthouse

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Anna nos conduce hasta un salón que me parece encantador: las paredes están cubiertas de un papel mural estilo vintage color mostaza con flores crema

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Anna nos conduce hasta un salón que me parece encantador: las paredes están cubiertas de un papel mural estilo vintage color mostaza con flores crema. Está repleto de plantas en enormes floreros tanto en el suelo como colgantes, y también hay diversos sofás repartidos con pequeñas mesas a sus lados. Todo es de tonalidades claras y la mesa del centro que es un poco más grande que el resto, es justo para cuatro personas: Sara, Thomas, Josef y yo.

Eso me pone nerviosa de inmediato, el día anterior apenas crucé palabra con Sara, es más creo que no me miró en ningún momento. Thomas por otro lado se encargó de hacerle saber a cada invitado que estaba feliz del matrimonio de su hijo mayor y que yo no podía ser más encantadora y perfecta, por supuesto que mencionó la increíble alianza entre ambas familias.

La mesa tiene pastelitos en torres con niveles y panecillos en platos dorados. Es todo tan elegante y hermoso que me encantaría que mis cafeterías fueran así. El recuerdo de mis cafeterías me estremece.

—Hijo, ¿cómo dormiste?

—Bien. Gracias. —Josef responde tan seco que me incomoda. Luego recuerdo que el hombre que tengo frente a mí es una basura y se me pasa. No por eso hace menos incómodo el momento.

—¿Y tú, Vania?

—Podría estar mejor, gracias —respondo. Sara deja de morder uno de los pastelitos y me queda observando curiosa.

Thomas alza las cejas.

—¿Podemos no hacer de este desayuno incómodo? Necesito darles indicaciones.

—¿Indicaciones? ¿No te parece suficiente? Ayer no sabía que me iba a casar y hoy estoy tomando desayuno con mi nueva esposa que nunca había visto, ¿qué más quieres hacer?

Thomas rueda los ojos.

—Josef, si no te obligaba a casarte no lo hubieses hecho.

—No tengo 10 años. No puedes manejarme a tu antojo.

—Me parece muy bien que lo he hecho. —Thomas mira a Sara y esboza una ligera sonrisa. Sinceramente creo que primera vez en mi vida me está aflorando un instinto asesino, y por un instante me veo subiéndome a la mesa y metiéndole esa cara de idiota en el pastel que tiene al frente.

—Y tú sabes por qué —replica Josef. Habla calmado, pero se nota su desagrado. No sé si lo único que lo amarró a esto es que yo se lo pedí o si hay algo más. Josef no está alejado de los negocios de su padre, ¿por qué entonces pareciera que los odia? ¿De verdad estaba dispuesto a perderlos?

—No te puedo dejar ir, Josef. Algún día entenderás. Si tú dejas la empresa, ya sabes qué sucederá... y si esa es mi forma de hacer que te quedes, entonces la ocupo —dice calmadamente, y luego baja las manos con fuerza y las golpea en la mesa. La única que da un respingo soy yo—. Puede ser todo mucho peor Josef y lo sabes. ¿Quieres que te describa lo que podría ordenar que hicieran?

Lo que hicimos anocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora