18. El viaje en jet privado.

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Vania

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Vania

Mi teléfono suena en el mismo instante. Es tarde y es un número desconocido, los dos me observan como si me estuviese llamando alguien importante que no puedo dejar pasar. La llamada es de otro país y el sonido me abruma y me llena los oídos. Llevo el celular a mi oído.

—Hola —murmuro, temblorosa. Con la mano libre me toco la base de la nariz, como si eso me fuese a ayudar a no llorar. No puedo creer lo que acaba de pasar.

—¿Hola? ¿Con quién hablo? —pregunta un hombre agitado, detrás de él se oye un murmullo de gente, sirenas, gritos, desorden.

Arrugo la frente y Josef imita mi gesto, a pesar de lo que sucedió, no puedo dejar de buscarlo con la mirada.

—Usted... usted me está llamando. —Josef me mira completamente confundido y Dana se observa las uñas como si fuese la primera vez que se ve el diseño.

—Sí, disculpa. ¿Conoce usted a Philipe Nicolás o Antonieta Nicolás?

Todo este tiempo tratando de protegerlos...

—Son mis padres. ¿Qué sucede? ¿Están bien? —Mis ojos quedan fijos en Josef. Se acerca y con señas me pregunta si prefiere que hable él. Niego con la cabeza.

—Sus padres han sufrido un accidente cerca de Postdamer Platz. El auto se ha volcado, ambos fueron llevados al hospital. Le enviaré un mensaje con la información del hospital.

No tengo palabras, no sé qué decir. Esto está sucediendo demasiado rápido. El sonido de alguien bebiendo agua, llena mis oídos y hace que me gire. Dana está de espaldas a mí, ¿podría haber sido ella la que planeó esto?

—¿Vio a mis padres? ¿Cómo están? —pregunto, no entendiendo del todo sus palabras. Habla con un acento confuso.

—No lo sé. La mujer estaba consciente cuando se la llevaron, aunque desorientada. El hombre se encontraba inconsciente. No puedo dar más que esa información. Debería llamar al hospital para saber el estado real. —Alguien comienza a hablar en alemán muy cerca del teléfono.

—¿Hace cuánto rato sucedió?

—Cuarenta minutos. Lo siento, debo irme, yo... encontré este teléfono tirado aquí en la acera, pero lo enviaré al hospital para que no te preocupes. Me han llamado para otro accidente y tengo que ir.

Trago saliva.

—¿Pero están bien? —Vuelvo a preguntar. Es como si el hombre me hablase en chino porque no me entra nada de lo que está diciendo—. ¿Dónde... cómo pasó?

Miro a Josef, con no sé qué cara, y él estira la mano cogiendo el teléfono. Se lo entrego porque soy consciente de que mis piernas se están haciendo como dos fideos y que me siento mareada. Camino apenas a la cama de Josef y me quedo sentada con la mirada perdida en mis manos.

Lo que hicimos anocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora