Prólogo

11 2 0
                                    

La vida como un gato doméstico es en realidad verdaderamente fácil; uno sólo debe recostarse en el regazo del amo, ronronearle de vez en cuando, restregarse en su rostro y el resto es esperar a que te sirvan alimento y dormir durante casi todo el día. El resto de las horas vagamos por la calle y nos juntamos con los demás gatos que pueden salir a jugar y conversar, sí, los gatos planeamos dominar el mundo mientras nos reunimos en algún callejón mugriento.

Pero mi vida al lado de una bruja era mucho más divertida.

Ella era conocida en la ciudad como "La Bruja de Salem", pues era proveniente de ese pueblo tan cliché para ser una. Y aunque la mitad de la ciudad creyera que ella era una charlatana, y la otra mitad asistiera a nuestro hogar para consultarle cosas, ella no se inmutaba en mostrarles lo que en verdad podía hacer.

Grace Grogan era una bruja excepcional, de un linaje legítimo; sangre pura podría decirse, pues descendía de las verdaderas brujas de Salem, y podía hacer cosas tan grandiosas que ninguno de los vulgares residentes de este barrio la llamarían charlatana y los que creen en ella, le tendrían tal admiración que se inclinarían ante su poder.

Pero a Grace no le gustaba presumir lo poderosa que era. Ella era feliz viviendo una vida "normal", haciéndose pasar por una simple vidente que predice tu futuro leyendo el tarot; eso era más sencillo y atraía menos chismosos. Su rutina diaria pública se resumía a abrir el negocio durante el día, dar algunas consultas, generalmente de amor y dinero, ir al supermercado para abastecer su menú vegetariano y acariciar mi pelaje, darme de comer o simplemente voltear a verme cuando algún cliente le venía con historias que para ella eran cómicas.

Como yo no podía reírme simplemente daba vueltas sobre mi lomo o movía mi cola para decir "Oh Grace, tienes toda la razón. Este pobre imbécil cree que su mujer lo engaña con alguien de su trabajo cuando en realidad es con su propio hermano, pobre ingenuo".

Pero por las noches era cuando Grace me mostraba su verdadero poder; solía sentarme en una suave cama de terciopelo rojo para verla hacer magia pura. Había veces en las que compraba bandejas de aluminio corrientes y las transformaba en oro macizo, mas no conservaba esa bandeja, volvía a fundirla entre sus manos para volverá monedas o hermosas piezas de joyería que después empeñaría para sacar dinero. No era como que en realidad lo necesitara, simplemente le gustaba hacerlo y con frecuencia regalaba eso a gente que en verdad lo necesitaba. Era un alma generosa.

En otra ocasión recuerdo haberle hecho un regalo, algo que es muy común entre los felinos; había matado un ratón y se lo había dejado a los pies. Ella por supuesto me agradeció las intenciones, pero me reprendió por haber asesinado a un pequeño ser inocente. "Todas las vidas valen igual Ezra, aprecio lo que haces pero no vuelvas a hacer esto", y con un gesto de concentración tomó al ratón entre sus delgadas manos y lo guardó en una cajita que después enterraríamos en el jardín. Devolver a la vida era algo que ni ella ni nadie podía hacer realmente, al menos no de una manera natural.

Su poder era en verdad demasiado. Era algo que contaba a mis amigos cuando nos reuníamos en la casa abandonada frente al supermercado, lugar donde nos veíamos casi todos los días para platicar, mientras esperaba a que Grace volviera de su caminata diaria para ir con su hermana Bertha, quien trabajaba en la farmacia local y quien siempre tenía una sonrisa en el rostro.

Ella no ejercía la magia, no le gustaba. A pesar de su extenso linaje ella decidió vivir como un corriente humano, pero no decía nada de que el resto de su familia se dedicara a ello. Podrían haber sido unas brujas poderosísimas, pero siempre eran amables las unas con las otras y nunca se harían daño.

Vivir con ella era exquisitamente singular, no era algo que cualquier persona pudiera disfrutar. Me sentía especial de poder compartir cada uno de los mementos que viví con Grace, de verla realizar todos y cada uno de los encantamientos, hechizos o como sea que cada uno le llamara, con sus propias manos. Ella decía que una varita mágica era algo que restaba, mera faramalla, que todo se reducía a poder concentrar el poder de la mente en las manos, eso es lo que hacía al mago o bruja, pero se les estaba tomando en cuenta y eso era algo que agradecer.

Aquella anciana sabía que yo podía entenderle, y era excepcional formar un vínculo tan agradable con ella, nuestra relación era algo que yo no cambiaría por nada del mundo...

O al menos eso creí.

Volver a AmarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora