Cataclismo

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Mi cómoda vida cambió de repente ese mismo día en cuanto vi a aquella chica entrar por la puerta de madera de "Luna negra". Sus ojos eran grises, tan grises como la tormenta que estaba a punto de avecinarse esa tarde, debajo de ellos había unos ligeros abultamientos. Había estado llorando; su cabello era una cascada negra de rulos que le llegaban hasta los omoplatos; su piel era blanca como la mismísima leche, parecía hecha de seda; tenía una linda figura a pesar de ser tan delgada y tan pequeña. Era como su un ángel hubiese entrado al consultorio de Grace para pedir ayuda con respecto a su novio, un patán que al parecer la había traicionado varias veces, aun cuando ya estaban comprometidos, y ahora la había abandonado.

Esta vez no me pareció gracioso pues no se me hacía justo que una mujer tan hermosa como ella estuviera sufriendo de esa manera, así que me bajé de mi suave cama y me restregué contra sus vaqueros, para que sintiera un poco de consuelo.

-Qué lindo eres pequeño- me dijo con lágrimas rodando por sus mejillas –entonces ¿Qué debo hacer señora...?

-Me llamo Grace, y te recomiendo que lo dejes ir, ese tipo no te conviene y, por lo que veo en estas cartas, tu futuro con él se ve gris. Además puedo ver que alguien te ayudará a pasar ese trago amargo, así que no desaproveches nuevas oportunidades, hija

-Pero íbamos a casarnos ¿no puede haber alguna forma de recuperarlo? ¿De hacerlo cambiar?

Grace suspiró profundamente, yo dejé escapar un maullido casi gutural ¿Es que acaso no veía lo hermosa que era, como para andar sufriendo por alguien así?

Mi ama le dictó una receta que podía seguir, una especie de brujería para traer de vuelta a seres queridos, pero le aseguró que no había algo que asegurara su eficacia, así que solo le quedaba hacerlo con fervor. Sabía que ella le había dado una de las recetas más pobres en cuanto a poder, pues si Grace veía algo que no le convenía a su cliente, hacía todo lo posible porque les fuera mejor en la vida, haciéndoles creer que la receta dada era algo eficiente, solo para darles tiempo de esperar por aquello que es mejor.

Esa era una de sus tácticas para esa hermosa mujer, a quien no cobró ni un centavo por aquella consulta, pues se la veía bastante destrozada, por dentro y por fuera.

Antes de que ella se marchara volví a restregarme en su pierna y ella volvió a acariciar mi cabeza, dándome una sensación que no había tenido antes. Era algo sumamente extraño porque además se me hacía familiar, de haberla visto en algún lugar. Su tacto me proporcionó calma, pero a la vez me dejó intranquilo. Y su despedida me destrozó.

¿Por qué tenía que irse?

En cuanto se fue, Grace me miró directamente a los ojos y suspiró –Que se le va a hacer Ezra, no cabe duda que algunas personas no saben darse cuenta de lo que valen y salen con cualquier persona que se les cruce por el camino- me dio una caricia de la cabeza al lomo y ronronee. Su tacto jamás me había parecido tan lejano como en ese momento, en el que descubrí otro tipo de sensaciones bajo la caricia de aquella mujer. ¿Cuál era su nombre?

Estaba tan ensimismado en su belleza y tan embelesado por su dulce voz que no presté atención a las palabras que decía, pues solo podía imaginarme en su regazo, con sus pequeñas manos de terciopelo acariciándome el lomo.

Pasé la noche casi en vela, maullando a la luz de la luna. Era la forma de reflejar mi tristeza, y sin duda me sentía triste por aquella mujer, porque su tacto me pareció increíble y porque sentí que debía estar con ella, protegerla como he protegido a Grace.

Al día siguiente en cuanto ella se fue por su caminata diaria, corrí hasta la casa de Biggs y le pregunté por ella

-Creo haber visto a alguien con esa descripción, viejo, pero por el momento mi mente sigue aturdida. No es fácil medio morir y regresar a esta tierra en menos de veinticuatro horas. Espera a que lleguen el par de tórtolos, a lo mejor ellos saben quién es

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