El hijo pródigo

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La cosa se complicaba, había una razón para que Bertha no decidiera tomar los poderes de Grace y era sencillamente porque ella había dejado de usarlos por voluntad propia y habían desaparecido con el tiempo. Tenerlos de vuelta y con la fuerza con la que Grace los había trabajado era tomar un riesgo que no quería. Así que contactó a todas y cada una de las brujas que eran parientes suyas en Salem.

Era una decisión difícil pues quería que estuvieran, literal, en buenas manos. No quería que el día de mañana, el exceso de poder en una bruja de magia negra, pudiera ocasionar problemas no sólo en Salem, sino en el resto del mundo. Además tendríamos que cruzar el océano para ir con la adecuada y que ella me ayudara, no era una decisión que se tomara apuntando con el dedo.

Lo único que me salvaba de evitar volverme loco era la razón por la cual estaba haciendo todo esto. Natalia y yo nos veíamos con más frecuencia, incluso la invitaba a pasar tiempo con los gatos mientras arreglaba con esmero la vieja casa de Bigotes. Ella me preguntaba la razón por la que lo hacía, si nadie más sabría que es un lugar habitado sólo por un viejo gato barrigón sin dueño. Yo le respondía que lo hacía por el gato, al cual había conocido desde que llegó, pero lo quería como si lo conociera desde siempre, a él y al grupo de gatos que se reunían en el lugar. Ella incluso creía que estaba loco por hablar con los gatos, pues creía que no nos entenderíamos para nada, sin saber que ellos y yo nos entendíamos a la perfección. Así que, en sus ratos libres, me acompañaba con ellos y despejaba su mente de la enfermedad de Wiktor, que estaba cada vez peor.

Por otra parte, Grace y yo, además de buscar a la bruja ideal, buscábamos una editorial que pudiera trabajar conmigo en el futuro cuando Grace no pudiera utilizar más su magia y ayudarme con todo.

Irónicamente y por fortuna, esa fue la parte fácil de todo lo que estaba pasando y que estaba a punto de ocurrir. El libro agradó tanto al editor que decidió que se publicaría lo más pronto que se pudiera, pues aún había que corregir faltas de ortografía y palabras mal escritas. No sabía de qué hablaba, pero no le di impertancia, siempre y cuando el libro pudiera salir.

Las cosas llevaban un ritmo adecuado, hasta que todo se fue al traste.

Natalia me llamó desesperada una mañana, después de haber llegado de su turno en el horario de la noche.

-Ezra, por favor ven urgentemente a mi casa- su voz se notaba algo alterada, pero había algo más en ella que eso, y por dejé lo que estaba haciendo para dirigirme hacia donde ella estaba.

Pero terrible sorpresa me llevé al ver que en el porche de su casa estaba Sergei. Una pequeña mano me tomó de la chamarra que llevaba y me jaló hacia un rincón, Natalia estaba escondida y no había querido llegar sola a enfrentar al hombre que tanto daño le hizo.

-Ezra, no quiero llegar sola a casa y tampoco podemos correrlo así como si nada. Ese hombre está loco y seguro hará algo- la desesperación era evidente en sus ojos. Ella no quería enfrentar a ese hombre, pero su presencia no era para nada tranquilizadora y menos si su padre estaba en una calidad peor que la última vez que se vieron. El no podría hacer mucho para ayudar a su hija esta vez, y menos yo, que no sabía pelear y no tenía las garras afiladas que le dejaron la terrible cicatriz que llevaba abajo del ojo azul, tan frío como los días y sin alma, como de aquel que ya no tiene nada más que perder. Era cierto que ahora lo superaba en tamaño, pero el ya se había ido a los golpes con más personas que yo.

-Vamos a darle tiempo, a ver si se marcha y nos evitamos algún encuentro desagradable. Puedes ir a descansar a mi casa, si así lo deseas- ella accedió, pues no estaba en las condiciones más óptimas para librar una batalla de ese calibre. Era agotador y terrible si quiera pensarlo.

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