¿Desde cuándo matamos Elegidos?

11 2 4
                                    


Ernst.

Estaban en la casa vieja de las afueras. 

La lluvia había causado estragos en la madera antigua, había unas cuantas goteras y olía a humedad. La mesa del centro, una grande y larga, estaba decorada con un jarrón, intentando simular un aspecto acogedor, algo imposible. Ernst incluso pensaba que esa casa parecía un cementerio, sentía ese ambiente a muerte, ese aire frío que se incrustaba en su piel.

Había diez personas a su alrededor que lo observaban fijamente, con decepción en sus ojos. Él agradecía que sus caras estaban parcialmente tapadas, no podría soportar la presión de diez rostros atormentándolo.

Había decidido, gracias a los consejos de Bonnie, utilizar una bufanda que tapara por completo su tatuaje. No tenía sentido algo para él, un día se emborrachó a los diecinueve y fue a un tatuador junto a Anja. No era nada, no tenía forma, eran líneas negras que se asomaban por su cuello sin significado.

—Entonces, uno de los chicos de Bogdanov sabe nuestro lugar de reuniones —habló un hombre. Tenía la voz muy grave y sus ojos estaban clavados en Ernst.

No era decepción ahora, era más bien el reflejo de una mirada que quería cometer un asesinato. Contra él.

—Buscaré otro sitio —dijo Anja, intentando apaciguar la situación—. No será fácil pero...

—El chico no va a hablar. —Reconoció esa voz impasible de sus ojos verdes.

Ernst levantó la cabeza para mirarla, casi de la misma forma que ese hombre lo había mirado a él. No iba a perdonar que se hubiera ido de la lengua, a pesar de que se refugiaba en ese afán por hacer las cosas a su manera como método de defensa.

No quería reconocer que lo más maduro había sido avisar de la situación, porque si Bogdanov se enteraba de todo sería una derrota para ellos.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó una mujer. 

—Porque lo tenemos amenazado con su hermana —respondió Bonnie.

 —A esa gente no le importa su familia. Si una pistola apunta a esa chica y otra a Bogdanov; ¿A quién crees que salvarían? —Bonnie se quedó en silencio, se limitó a mirar a Ernst.

—Ha sido una imprudencia, no volverá a pasar —musitó el moreno. 

La atención se volvió a fijar en él.

—Más te vale —advirtió una voz masculina.

—Éischten, es un crío. Déjalo, solucionaremos esto. —Ernst levantó la mirada a la vez que Bonnie. Habían escuchado esa voz pocas veces, aunque él sospechaba que era el que lo controlaba todo.

El que lo había salvado, a él y a muchos más.

—Anja, date prisa. —La mujer que había hablado anteriormente se levantó junto al resto—. Avisaremos a los demás.

Alguien puso una mano sobre el hombro de Ernst y lo apretujó, reconfortante. Salieron de casa, solo Anja, Ernst y Bonnie se quedaron. La de ojos castaños se apresuró a sacar un portátil y los otros dos se miraron.

Al final, fue Ernst el primero en sacarse el pasamontañas.

—Eres una cabrona —dijo, muy digno.

—Y tú un gilipollas.

—Lo tenía controlado.

—No, por supuesto que no.

—¡Callaos ya! —chilló Anja, dando un golpe a la mesa.

Bonnie le echó una mirada que Ernst no pudo descifrar y se fue, cerrando con fuerza la puerta. El moreno suspiró y se sentó al lado de Anja.

NADRIVDonde viven las historias. Descúbrelo ahora