PARTE I

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La última Zyxian

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La última Zyxian.



Cada moneda esconde sus dos caras. 

Al igual que toda historia cuenta con dos partes.

Una es contada por los vencedores, por los beneficiados del acuerdo y por los conquistadores. La otra, se predica en boca de los perdedores, los perjudicados, los conquistados. 

Yo no soy ninguno de ellos, no estuve ahí y no blandí espada alguna. Me senté en una esquina, alejada de los sucesores al trono y de los derrotados, y escuché. Escuché las leyendas, leí las historias y recopilé la información que ellos me contaron. 

No sé cómo ellos lo sabían, ni siquiera sé si es real. Un día desperté con el cuento bajo mi almohada, como un regalo. Era viejo, lo notaba en las páginas amarillentas, pero no había rastro de mal cuidado en el libro. 

Lo abrí y me sumergí en aquella historia que tantas veces me había contado mi padre.



Hace mucho, mucho tiempo. Mucho antes de que los humanos desarrolláramos nuestro afán por el poder, existían unos seres sumamente grandiosos. Unos seres que hacían que esa ansia de autoridad que existía en las personas se desvaneciera porque, ¿cómo iba alguien a desear ser más que ellos?

Eran venerados y queridos. Ayudaban en las cosechas, cambiaban climas a su favor y curaban de cualquier mal y enfermedad. No eran dioses, eran mucho más poderosos y benevolentes. 

Se les hacía llamar Zyxians.

No vivían en palacios a lo alto del cielo,  no vestían de túnicas blancas ni conservaban alas de oro. Vivían entre los humanos, se despertaban y dormían, comían y bebían, había pobres así como ricos. 

Entonces se crearon las reglas, las leyes. Los castigos y los reyes. Se creó el poder, la envidia y el mal. Se destrozaron familias, territorios y almas. Los Zyxians no intervinieron, no pararon las guerras ni impidieron la codicia de las personas. Se quedaron en sus pueblos y ciudades, haciendo crecer las plantas e impidiendo tormentas. 

El rey Drystan se preguntó entonces por qué adoraban a esas criaturas, que actuaban como dioses bajo el disfraz de humanos, que fingían preocupación por sus tierras y las dejaban ser bombardeadas día y noche. Entonces, puso al pueblo en su contra, se levantó contra ellos y empezó una guerra.

Drystan se valió de los Zyxians por años, utilizando su poder a su favor, amenazándolos con sus niños, matándolos frente a ellos si incumplían una orden. Y, cuando se dio cuenta de que otros reyes siguieron sus pasos hasta conseguir más poder que él, mandó a ejecutar a cada Zyxian que habitara en su reino y, con su sangre, creaba una infusión que incrementaba su energía. 

Los Zyxians fueron obligados a vivir tras las sombras, escondidos de los guardias del palacio ante  su busca y captura. Así fue hasta que encontraron a Didiane, una de las más poderosas y queridas por los Zyxians. La encerraron y la dejaron cautiva en una casa vigilada por los soldados de Drystan. 

Se alzó una guerra, murieron humanos y seres mágicos y, con cada gota de sangre derramada, se formaba un nuevo brebaje para el rey. Didiane consiguió escapar y, usando hasta la última porción de su poder, unió fuerzas hasta acabar con Drystan y los otros cinco reyes de la Tierra. 

Y decidieron que era suficiente, que ya bastante sangre se había derramado, volviendo a casa con las manos sucias y las caras sombrías. 

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