Respira.

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Bonnie se miró en el espejo una última vez para preguntarse de nuevo por qué había accedido a llevar ese disfraz.

Llevaba una blusa victoriana de un blanco roto, una falda negra que llegaba a sus rodillas y una boina de ese mismo color, acompañado con unos tacones negros elegantes. Pero lo que le daba el toque al disfraz eran las manchas rojas sobre la blanca tela, que simulaban tiros sobre el pecho y el brazo.

No era Halloween, pero Damien se había empeñado.

Salió de su habitación y en la salita de estar estaba su madre hablando simpáticamente con Damien y Valeria a su lado, que lo miraba contenta.

El disfraz de él no se quedaba atrás en cuanto a lo sangriento. Su camisa blanca estaba llena de sangre falsa, llevaba unos pantalones negros con unos tirantes y unos mocasines oscuros. Por si fuera poco, en la frente se había maquillado un disparo perfecto.

—¡Estás preciosa, cariño! —exclamó su madre.

Pero ella no estaba en total acuerdo, no le gustaba ese disfraz. Principalmente porque lo había elegido el chico a su lado que sonreía con soberbia.

—Bonnie, te falta esto —dijo Damien, lanzándole al aire una pistola de plástico.

Ella suspiró.

—¿Vamos ya?

—Pasadlo bien —dijo su madre, poniéndose en pie y acompañándolos a la puerta.

Damien entró en el coche, y, antes de que Bonnie pudiera hacer lo mismo, su madre la retuvo del brazo.

—Ya me dirás que te traes con ese chico.

—Mamá...

—El primer día que vinisteis tardaste mucho en ir a tu cuarto, tu madre no es tonta.

Bonnie juraba que se había sonrojado. 

—Cállate —suplicó exasperada, en un susurro como si alguien las fuera a escuchar.

—Es un buen chico, pero no olvides de dónde viene y... No quiero que te haga daño, tengo un presentimiento extraño.

Fue como un golpe de agua fría para Bonnie. Casi se había olvidado en esa semana que Damien pertenecía a Der Unioun, y aunque no habían vuelto a tener un encuentro por la noche, había estado más abierta y cómoda en su presencia.

—No me traigo nada con él.

Y corrió hacia el coche.

Damien arrancó. Durante el camino Bonnie casi deseó haber tenido una pistola de verdad, porque no paraba de mirarla y reírse de ella.

Se giró hacia él y vio su sonrisa de suficiencia. Lo recordó sin quererlo.

—¿Se puede saber qué te pasa? —preguntó harta.

Recordó sus dedos en su piel.

—¿A mí? nada.

Su mano estirando de su pelo.

—Pues para.

Sus besos.

—¿De qué?

Su cuello y su pecho enrojecidos.

—De mirarme.

Damien se volvió a reír y Bonnie le habría pegado si no fuera porque estaba al volante. Se colocó bien la falda.

Él la recordó rogando, suplicando por un roce. Sonrió al comparar a esa Bonnie con la terca y orgullosa que tenía delante.

—Es que estás preciosa. No, rectifico. Estás hermosisisíma —se mofó—. Aún cuando estas hecha una fiera.

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