¿Dónde están Bonnie y Damien?

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—¿Ernst?

La pelirroja estaba con un pijama de pandas, el pelo suelto y los ojos somnolientos. Se acababa de despertar. Y es que admitía que había ido tarde, pero Bonnie llevaba horas sin responder y quería saber si, por alguna remota razón, había decidido ponerse en contacto con Juliette antes de abandonar el apartamento.

—¿Has hablado con Bonnie últimamente?

Juliette aún estaba algo confusa por el sueño desvelado y no seguía muy bien a Ernst de por sí.

—No ha estado en la universidad esta semana.

—¿Y por teléfono?

—Tampoco.

—Llámala.

Ladeó la cabeza como un perrito, aún más confundida.

—¿Es que os habéis peleado o algo?

—Juliette, venga. —Entró en su casa y Juliette se quedó en la puerta, parpadeando.

—Oye, no te he invitado.

—¡Que la llames!

—¡No me grites! ¡Vooooy! —Fue a paso rápido a su habitación y volvió con el móvil entre sus manos.

Lo puso en altavoz y solo se escucharon los tonos sonar.

Y nada. Nada de nada.

—¿Se puede saber qué pasa?

Damien desaparecido, Carlo incomunicado y Bonnie más de lo mismo. Qué bien empezaba el plan.

—Te voy a hacer esta pregunta una vez. Es de sí o no. —Ella asintió—. ¿Eres de los Elegidos?

Juliette vaciló.

—¿Como Harry Potter?

Eso sirvió como respuesta. Se giró sobre sus talones y salió de la casa, seguido por Juliette, que estaba bastante perdida. Escuchó la puerta cerrase y sus pasos por detrás.

Paró en seco y la enfrentó, ella retrocedió un paso.

—Vuelve a dormir, pelirroja.

—Si le pasa algo a mi mejor amiga quiero saberlo.

—¿Y por qué demonios es tu amiga si no eres Elegida?

Juliette se enrojeció, con un poquillo de rabia.

—Oye, no te entiendo.

—Mejor. Vuelve a dormir —repitió.

Entró en su coche y ella ni siquiera dudó en sentarse en el asiento del copiloto. Ernst la miró con los ojos muy abiertos.

—Sal de mi coche.

—Que no.

—Que sí.

—¿Eres así de impertinente siempre?

—¿Y tú así de entrometida?

Juliette no contestó y Ernst soltó una risa corta.

—Vale, ahora entiendo por qué sois amigas.

La cara de Juliette se convirtió en una mueca.

—¿Qué pasa?

Ernst titubeó entre contarle todo o no soltar prenda. Al fin y al cabo, Bonnie podría arreglarlo como había hecho con Sylvie.

Eso, claro, si Bonnie estaba bien.

—¿Sabes dónde puede estar Bonnie?

—¿Qué le ha pasado?

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