El fuego acaba con las sombras.

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Damien no quería hacerse su amigo, ni mucho menos. No le gustaban esos tres, especialmente la rubia del medio, que no hacía otra cosa que quejarse con una voz irritante. Pero, necesitaba que estuvieran de su lado. Al menos, necesitaba a Bonnie en su parte, conociendo todos los detalles de Bogdanov.

Porque, por lo que había escuchado, si Bogdanov se hacía con ella, habría ganado.

Sabía perfectamente que él tampoco les caía bien,  aunque sentía que Ernst estaba aliviado después de que Bonnie asegurara que no mentía. En cualquier caso, no le sorprendió llevarse una patada en la boca cuando desató a la morena.

Sin embargo, a pesar de eso y la estadística que indicaba que todo iba a salir mal y que se estaban metiendo en la boca del lobo, algo dentro de él quería aliarse con ellos, acabar con Bogdanov e irse de la ciudad. Irse de la ciudad para siempre, sonaba tan bien.

Incluso podría abandonar Luxemburgo y recorrer Europa. Siempre le había gustado viajar, la idea de coger unas maletas y empezar de nuevo continuamente.



El sábado tardó bastante en llegar, la semana había pasado desmesuradamente lenta y apenas había pegado ojo.

Su hermana y él se encontraban en una habitación de paredes blancas y muy iluminada, viendo a través de un cristal a un niño de unos cinco años.

Damien apretó los labios, le recordaba un poco a él en esa época. Con los ojos claros, casi cristalinos y la piel blanca. La única diferencia es que el cabello del pequeño era castaño y lleno de rulos.

Estaba atado de pies y manos mientras unos hombres vestidos con unos de esos monos blancos de protección y con máscaras le inyectaban algo. Justo después se cerró una cápsula con el niño dentro y se escucharon unos gritos desgarradores. Damien apartó la vista y sintió la mano fría de su hermana tocando la suya.

—Es la peor parte, pero vale la pena.

Para Damien no la valía.

Cuando se volvió a abrir, el niño tenía los ojos cerrados y no se movía. Verina soltó un grito ahogado y su hermano se pasó las manos por el pelo. 

No acababa de presenciar eso, no lo había hecho. No había permitido que le hicieran eso a un niño pequeño.

La puerta detrás de ellos se abrió, dejando pasar a un hombre algo mayor y con el pelo canoso.

—Mierda. Pensaba que este funcionaría.

—¿Está muerto? —preguntó Verina, en un hilo de voz.

El viejo asintió y ella se llevó las manos a la boca.

—Pensaba que no matábamos niños —dijo Damien.

—No lo hacemos, ha sido un contratiempo. Este suero era más... fuerte.

—¿Qué le habéis metido? —cuestionó Verina.

—Bogdanov quiere un arma de repuesto, hasta que consiga a Wagner.

—¿Qué le habéis metido? —repitió la rubia.

El hombre soltó un largo suspiro antes de hablar.

—Radiactividad, en general. Un poco de Uranio, Torio... Lo hemos mezclado con el suero Zyxian habitual, para que pueda entrar en su cuerpo. Pero, es débil.

Damien no podía seguir escuchando, le era imposible. Apartó al hombre de un empujón tan fuerte que se tambaleó y salió del edificio.

Sacó el móvil de su bolsillo y vio un par de mensajes de un número sin agregar.

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