Nunca las he esperado.

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Bonnie casi se había llevado a rastras a Damien a su cuarto. Lo había mirado con rabia y después lo había abrazado. 

Había pasado casi un mes sin saber nada de él, había desaparecido y ella no sabía cuánto iba a tardar en volver a verlo, no sabía si estaba vivo siquiera y ahora había tocado a su puerta como si nada.

—Me has echado de menos, ¿eh?

Bonnie se separó y le dio un golpe suave en el hombro.

—Eres un idiota.

—Un idiota por el que estás a punto de llorar.

Damien se rio y Bonnie le hizo un gesto despectivo.

Había matado a un miembro de Der Unioun y cuando se fue no supo si le iban a creer, no supo si iba a volver a verla y su último recuerdo era de ella yéndose, corriendo, huyendo de la situación. La había extrañado muchísimo, volver a tenerla entre sus brazos después de un mes era una salvación.

Lo podía decir, se había enamorado más de ella en su ausencia, o al menos se había dado más cuenta que nunca.

—Podrías haber muerto por salvarme, ¿es que no piensas? Joder, me tenías preocupada. Eres un imprudente.

Se apartó las lágrimas con irritación, no toleraba llorar delante de la gente.

—Creéme, estaba pensando más que en toda mi vida —dijo, sonriendo—. Te dije que te iba a cuidar, que no te iba a pasar nada.

Bonnie no pudo más; lo agarró de las mejillas y lo besó. No era un beso tierno ni uno muy agresivo, era uno que transmitía todo el terror y apuro que había sentido en el último mes. Y quemaba, quemaba como el infierno. Aún no habían protegido ese refugio. Pero le gustaba, había algo reconfortante en sus besos.

Damien se separó solo para apreciar sus ojos. Cómo admiraba ese verde y cuánto lo había echado de menos, nada se comparaba a los ojos de Bonnie, no podía describir su tonalidad, eran de un verde único. No podían ser de ese mundo.

—Ya lyublyu tebya -dijo Damien, desesperado—. Ya lyublyu tebya, Bonnie.

Te quiero. Te quiero, Bonnie.

Bonnie no respondió y, aunque él hubiera recordado que Bonnie hablaba ruso no hubiera contestado. No podía hacerlo, no aún.

Damien la levantó y ella enganchó sus piernas alrededor de las caderas de él. Profundizaron el beso, que cada vez era más atormentado y abrasador. Damien besó su cuello, lo besó hasta dejar marcas rojas que significaban lo mucho que la quería, porque todas las marcas significaban algo y él quería dejar la suya propia en su piel, con sus labios. La tiró en la cama y se deshizo de su ropa con desaliento.

Nunca se iba a acostumbrar a verla desnuda, era una perfección que él no creía merecer. Sintió la yema de sus dedos y sabía que quemaban demasiado, se detuvo antes de continuar, antes de tocarla.

—No puedo hacerlo —susurró.

—¿Cómo? —preguntó ella, sin comprender.

—Voy a hacerte daño.

Bonnie sabía que era casi calcinador, pero jamás le había hecho verdadero daño, nunca había sentido que era fuego, solo era luz. Lo necesitaba, su poder lo necesitaba y no sabía por qué.

—Damien, no. No lo harás, nunca lo harías.

Damien miró sus manos y después a ella. Bonnie lo anhelaba, había algo en ella que deseaba esa sensación calurosa.

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